Patera Júpiter
Ya no sólo es cuestión de llegar a la otra orilla, sino de que se les reconozcan derechos consustanciales al ser humano, sin distinción de credo, género, raza, etnia ni ideología
En aquel lado de la orilla la estopa y la brea brillaban por su ausencia. Las cuadernas, las quillas y los baos eran de maderas de mala calidad, y además no habían sido tratadas. Los artesanos, con más voluntad que conocimiento y destreza, trabajaban en ... un pequeño astillero oculto entre matorrales cerca de la orilla de ese océano inmenso. No estaban muy duchos en el manejo de varengas y vagras, compases, escuadras, plomadas y pernos. De las gavias, formones y de las azuelas sólo habían escuchado hablar de refilón. A pocos miles de kilómetros, en la orilla opuesta del mismo océano, en hangares asépticos y con materiales y aleaciones de última generación, un ejército de jóvenes investigadores, supervisados por lo más granado de la ingeniería aeroespacial, hacían su trabajo con una pulcritud nanométrica. Las fuerzas que investigaban superaban las teorías de la física. Toberas, propulsores, reservorios, estabilizadores y nuevos combustibles conformaban su tarea diaria. La carrera espacial tenía dos frentes abiertos. Por un lado estaba el ansia de llegar al planeta más grande de nuestro Sistema Solar, que se había convertido en un objeto de deseo del ciclo nocturno de nuestro hemisferio. Muchos millones de kilómetros nos separaban del Planeta Rojo, ese que observó por primera vez Galileo, con sus cuatro lunas, Ío, Ganimedes, Calisto y Europa. Por otro lado los viajes aeroespaciales. La compañía Virgin Galactic de Richard Branson está pendiente de cobrar 250.000 dólares por cada asiento a bordo de naves espaciales. La empresa de Jeff Bezos, propietario de Amazon, pretende recaudar alrededor de 300.000 dólares por trasladarse a más de un centenar de kilómetros de la superficie terrestre. Según los expertos, dentro de unos 20-30 años esos trayectos estratosféricos caprichosos serán comunes y mucho más baratos, vamos al alcance de bolsillos de medio pelo.
Mientras tanto el flujo de pateras, de trayectos cortos, no da respiro. La última, una pequeña de cinco años que murió mientras era evacuada a Canarias después de pasar 17 días en una patera a la deriva. No por cotidiano el dolor y la indignación dejan de tener ese sentido de rebeldía que debe ser consustancial al Homo Sociabilis, ese espécimen más allá del sapiens. Ya no sólo es cuestión de llegar a la otra orilla, sino de que se les reconozcan derechos consustanciales al ser humano, sin distinción de credo, género, raza, etnia ni ideología. Más de 500 migrantes están en huelga de hambre en Iglesias de Bruselas, la capital de un continente que se vanagloria de ser la cuna de los Derechos y del Estado de Bienestar. Años de trabajo en negro, casi en semi esclavitud, después de haber contribuido al crecimiento vegetativo de un territorio viejo, todo se vuelve papel mojado frente a la impericia de Gobiernos de fronteras fijas y sensibilidad impávida.
Seguro que los que huyen del hambre, de la miseria, de la pobreza y de las guerras mirarán con esperanza a ese cielo minado de estrellas en las noches de travesía. Los ricos intergalácticos las verán más cerca, pero desde la Patera Júpiter se ven con una luz de esperanza que encandila.
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