Parásitos
Viven a expensas de los recursos y del trabajo de otros, a los que sólo abandonan cuando lo han dejado al borde de la claudicación, cuando le han exprimido hasta la última gota de su esencia
Para poder comprender los entresijos de nuestra pequeña existencia basta con hacernos las tres preguntas mágicas. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? y ¿A dónde vamos?. Para ello hay que recurrir indefectiblemente a los clásicos de la filosofía fraguada a orillas del Mare Nostrum. Si lo ... que queremos es saber sobre los arquetipos de la condición humana, no hay mejor forma que la de meterse en la piel de los personajes del autor teatral más universal de todos los tiempos, William Shakespeare (1582-1616). El amor, los celos, el odio, la ira, la duda, la traición, entre otros, conforman el ramillete de cómo los sentimientos nos encorsetan y nos atenazan. Para conocer las formas y las maneras de relacionarnos con nuestros semejantes, la esencia de la amistad, como lidiar con la vanidad o la pedantería, como combatir la soledad o la tristeza, o como debemos educar a nuestros hijos, no hay más remedio que recurrir a la obra, cumbre del humanismo renacentista, de Michel de Montaigne (1533-1592), «Los Ensayos». Para disfrutar con las ironías, los argumentos y la gracia del vivir, nada más acertado que recurrir a las Fábulas. Un zorro te puede ayudar, un asno te puede enseñar, incluso una liebre te puede abrir los ojos. Esopo, La Fontaine o Samaniego nos dicen cuál es el color de nuestras miradas. Pero si lo que queremos es saber qué lugar ocupamos en el mundo, no hay otra manera que recurrir a la naturaleza y al mundo animal. En el escalafón más elemental están los productores primarios, a partir de ahí toda una cadena de consumidores, tanto herbívoros como carnívoros. Un felino puede ser desde un mullido animal de compañía hasta el más fiero rey de la sabana. Un herbívoro puede ser desde un diminuto roedor hasta un peligroso paquidermo de seis toneladas. Los hay aquellos que luchan por su sustento, los hay carroñeros, algunos cohabitan en misteriosos pactos de simbiosis, los hay zánganos, algunos incluso cantan sin importarles el mañana, y están los parásitos. Esta categoría no produce nada, no lucha por nada, viven a expensas de los recursos y del trabajo de otros, a los que sólo abandonan cuando lo han dejado al borde de la claudicación, cuando le han exprimido hasta la última gota de su esencia.
Hace pocos años la BBC y la revista «Sociology Journal» realizaron un estudio en el que participaron más de 160.000 personas. Analizando el capital económico (renta, ahorros y valor de la vivienda), el capital social (con quien nos relacionamos) y el capital cultural (actividades e intereses culturales), establecieron las siete nuevas categorías sociales. La élite, la clase media establecida, la clase media técnica, los nuevos trabajadores afluentes, la clase trabajadora tradicional, los trabajadores de servicios emergentes y el precariado. Al margen quedarían los excluidos y los extremadamente vulnerables.
Los primos de los políticos, los comisionistas enchaquetados y los miembros de una nobleza zángana y de papel cuché no pertenecen a ninguna de las nuevas categorías sociales establecidas.
Por mucho que lo intento no consigo ubicarlos en ningún grupo. Bueno, lo que está claro es que en la escala trófica pertenecen a la categoría de los parásitos.