Papeletas
Estamos a tiempo de que no puedan empeñar nuestro futuro. Que no nos vendan milongas de que construyendo altos muros viviremos mejor
Cada cierto tiempo, de una manera cíclica impuesta por los calendarios electorales, me vienen los recuerdos de una ilusión entre juvenil y añeja. Hace justo 45 años, también fue en el mes de junio, en concreto un miércoles 15, laborable para más señas. Algunos sin ... experiencia alguna en lo que era elegir libremente a sus representantes. Otros, muy pocos y entrados en muchos años, habían oído hablar de ese placer que daba poder votar, sentirse un poco dueño del destino. Muy pocos habían podido disfrutar del rito que suponía introducir una papeleta en una muda urna. De la responsabilidad que como ciudadano se asumía de forma individual, pero con repercusiones colectivas. Una inquietud y cierta desazón ilusionante se habían apoderado de una juventud imberbe electoralmente. No sé si el pulso se le aceleró a más de uno de los que guardábamos con ansias esas colas de estreno. Cada cual con su DNI, con fotografía adusta en blanco y negro y sin rastros de sonrisa alguna, huella en tinta negra del índice de la mano derecha, y un pajarraco que daba miedo. Y se ratificó la Constitución Española y se refrendó la singularidad de nuestra tierra, Andalucía, y llegaron las municipales, y las autonómicas y las europeas. Y todo pareció normalizarse. La ilusión se había convertido en rutina. La esperanza era sólo dejar pasar los acontecimientos. Los recuerdos de alguna que otra carrera delante de los grises o de la pálida clandestinidad de alguna que otra reunión vespertina pasaron a ser batallas de gente canosa. Ya depositar el voto se había vuelto en algo tan cansino que trascendía los latidos del corazón y los dictados de las mentes inquietas.
Atrás quedaron las ideologías que fluían desde los cimientos de una infancia forjada en las vidas de nuestros mayores. Lejos estaban ya los postulados del bien común, de una sociedad igualitaria y sin clases. Todo se había convertido en algo tan común que un desánimo gris se apoderó de muchos. Ya daba igual ser de un lado o del otro. Sólo existían dos discursos bien diferenciados. El del que gobierna, escrito con lisonjas y bondades de autocomplacencia. Y el del que está en la oposición, cargado de promesas grandilocuentes que casi siempre rayan la obscenidad por su rápido olvido y casi su seguro incumplimiento. En Cádiz la expresión “no tener papeletas” hace referencia a no tener problemas económicos, a no tener ningún resguardo del Monte de Piedad pendiente de ser liquidado para recuperar algo de valor que fue empeñado. Ahora nuestra papeleta tiene el color de una hipoteca a cuatro años vista. En conciencia tienes que ser responsable con tu Andalucía. Una tierra abierta y mestiza, multicultural y hospitalaria, donde todos tienen cabida, cuyos límites están colmados de brazos abiertos. Donde no se recortan derechos, donde la Humanidad forma parte de nuestro himno. Estamos a tiempo de que no puedan empeñar nuestro futuro. Que no nos vendan milongas de que construyendo altos muros viviremos mejor. Que no nos convenzan que recortando a unos se mejora la vida de otros. ¡No desperdicies tu papeleta!
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