La otra desertificación
Son apenas unos cuatrocientos metros lo que van desde la conocida Plaza de la Flores al cruce con la calle San Francisco
De un tiempo a esta parte, todos los Organismos internacionales no hacen más que darnos malas noticias. Sanitarias, económicas, educativas, sociales, medio ambientales, y hasta climáticas. Según los expertos, el 80% de España está en riesgo de convertirse en un desierto a lo largo del ... siglo XXI. Para el año 2050, de seguir la tendencia, la vida en Andalucía será difícil por las elevadas temperaturas y la falta de lluvias, según nos augura WWF (World Wild Fund for Nature).
Existen otro desiertos que no tienen dunas inmensa de arenas, ni vientos huracanados, no están incluidos en la lista de lugares inhóspitos ni casi incompatibles con la vida, sino que son la consecuencia de un abandono contumaz de inversiones, de capital, de decisiones administrativas, de ciudadanía pasiva y adocenada.
Son apenas unos cuatrocientos metros lo que van desde la conocida Plaza de la Flores al cruce con la calle San Francisco. Su primer tramo, hasta la Plaza del Palillero, se llamó calle de la Carne hasta mediados del siglo XVIII. Desde mediados del siglo XIX pasó a denominarse Calle Columela, en honor al ilustre gaditano, tribuno de Roma y experto en agricultura y ganadería, Lucio Julio Moderato Columela. Posiblemente conserve el malogrado honor de haber sido la calle más comercial y transitada del Cádiz de la ilusión, de cierta prosperidad de no hace tantos años. En ella se ubicaban los comercios y tiendas más granados de una capital provinciana que sabía apreciar la calidad y el lujo moderado, aunque fuese a cuenta gotas.
De la sastrería de caballero a medida de Moral, con su escaparate de comuniones y de Trofeos a las telas lujosas de Hermu. De la ropa para señoras y caballeros de Merchán a la paquetería para todas las edades de Denia. De las tertulias del impertérrito Andalucía a esa barra pequeña y arrinconada de compañeros y clientela fija del Bar Columela. De las piezas más brillantes y con destellos en cajas personalizadas de la Joyería Mexía a las cuberterías y vajillas de importación de Moravia. De los cafés y vermut a dos calles del Bar Madrid a los relojes muy puntuales y suntuosos de la Relojería Alemana. De las tostadas más crujientes con mantequilla del Piano a las pasamanería y los botones de todo tipo de Pacheco. De los tejidos de Almacenes Bahía a los escaparates de Los Madrileños que hacía las delicias y alentaban los sueños de la infancia gaditana cuando llegaban sus Majestades Los Reyes Magos. De pagar en cómodos plazos los primeros electrodomésticos en Créditos Rucas a las lecturas obligadas de libros de texto de bachiller de la Librería Cerón. De los abanicos de Tosso a los marcos de plata y regalos diversos del Bazar España. Sólo resisten las farmacias Herbos y Central y la joyería Regente.
Y tuvieron que cerrar, y llegaron las franquicias . Y la calle era idéntica a todas las calles comerciales de cualquier capital de provincia. Los mismos escaparates, las mismas marcas, las mismas ofertas. Y llegó la deslocalización. Ninguna de ellas tenía interés real en la ciudad, ni se ocupaba de satisfacer a una clientela otrora algo más elegante y exigente. Y empezaron a cerrar. Y se fueron. Y dejaron el desierto de «se alquila o se vende».