Generación tapabocas

La infancia y la senectud han sufrido en sus carnes la pérdida de ese roce tan necesario para hacernos mejores como personas y que nos mitiga los achaques y la soledad

Antonio Ares

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«Luisa y Carlos habían nacido a la vez, eran mellizos. Parecerse, lo que se dice parecerse, no se parecían en nada. Ella era morena, pelo negro, ojos rasgados y una sonrisa encantadora. Él, en cambio, era muy blanco de piel, pelo claro y una ... expresión socarrona que apuntaba maneras. Acababan de cumplir tres años e iban a empezar su segundo ciclo de Educación Infantil. De sus abuelas y abuelos, que vivían en otra provincia, no recordaban apenas nada. Solo los reconocían a través de una pantalla y no guardaban recuerdos algunos de besos, abrazos y carantoñas. En su guardería habían comprobado que sólo se reían los niños y las niñas. Su ‘seño’ llevaba un artilugio en la cara con el que sólo se le veían sus alegres ojos. Un día lectivo, Carlos, al llegar a casa le preguntó a su madre. Mami ¿Los otros papás y las otras mamás y las personas mayores tienen bocas con las que poder dar besos?».

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