Dioses
Unos seres diminutos e insignificantes que vivían a la sombra de estas deidades creyeron que en sus manos estaba el poder absoluto de manipular a la naturaleza
Los doce dioses y diosas más importantes de la antigua Grecia, llamados dioses del Olimpo, pertenecían a la misma grande y pendenciera familia. Menos preciaban a los anticuados dioses menores, sobre los que gobernaban, pero casi menospreciaban más aún a los mortales. Los ... dioses del Olimpo vivian todos juntos en un enorme palacio erigido entre nubes, en la cima del monte Olimpo, la cumbre más alta de Grecia. Grandes muros, demasiado empinados para poder ser escalados, protegían el palacio. Los albañiles de los dioses del Olimpo, cíclopes gigantes de un solo ojo, los habían construido imitando los palacios reales de la Tierra». Así comienza la obra de Robert Graves ’Dioses y héroes de la Antigua Grecia’.
En los bajos del Olimpo, unos seres diminutos e insignificantes , que ni siquiera llegaban a la categoría de plebeyos, decidieron por su cuenta controlar el universo. Ellos creyeron que en sus manos estaba el poder absoluto de manipular a la naturaleza. Consideraron que las leyes que la regían eran meras normas que se podían saltar a su interés. Desde manipular el curso de los ríos hasta secar lagos y mares interiores, desde manejar el nivel del mar a su antojo hasta convertir en vertederos las cumbres níveas más altas, desde hurgar en las entrañas de la tierra para extraer sus vísceras hasta controlar la lluvia y el curso del Sol y la Luna. Desde el albor de los tiempos se habían considerado el centro del Universo. Por más que el saber y la ciencia les hacían avanzar en el conocimiento del cosmos nada les hacía recordar su nimiedad. Más grande se sentían a cada momento. ¡Eran la única vida tangible entre los miles de millones de galaxias!. Por si fuera poco, su soberbia, les hacía renegar de cualquier vida superior, aunque sólo fuera en la humildad de su recóndita soledad. Desde siempre, y ahora más, se habían considerado el centro de Cosmos. Nada les importaba que fueran una pieza minúscula del gran puzle sideral. Su dimensión mínima la engrandecían en su propio interés.
En su locura establecieron clases . Los privilegiados disponían de todo la riqueza imaginable. La inmensa mayoría, pobre de solemnidad, vagaba como alma en pena buscando un lugar donde depositar su cuerpo inerte. Crearon fronteras invisibles pero sangrientas. Inventaron guerras con el único fin de saciar sus delirios de grandeza y llenar sus arcas. Idearon reglas del juego que sólo beneficiaban a los poderosos. Seleccionaban a sus iguales según edad, sexo, raza, religión o ideologías. Llegaron incluso a proponer normas para seleccionar a los más fuertes y deshacerse de los débiles.
En este delirio no contaron con unos medioseres, mucho más diminutos que ellos. Invisibles al ojo humano pero artífices de una letalidad inusitada. Un buen día uno de ellos mutó y empezó a reivindicar que dueño del Universo era él. Empezó de manera solapada pero fue extendiendo su fuerza por la faz de la Tierra. Invisible pero certero. Implantó el pánico, mato, provoco dolor, nunca tanta masacre con tan poco ruido. Ahora los muros no servían de nada, los localismo rancios eran más que permeables.
¡Se acabaron las reivindicaciones del día a día! Ahora tocaba sobrevivir.