Cuentos

Puede que los cuentos clásicos de Andersen, de Perrault, de los Hermanos Grimm estén plagados de violencia, de misoginia, de terror, de maltrato, de homofobia, de acoso, de pederastia

Antes de que se urdiesen mil formas y maneras de poder expresar una idea (cuñas, cuerdas, nudos, jeroglíficos, colores). Antes de que se intentara conseguir el soporte ideal, por su resistencia y durabilidad (piedra, arcilla, papiros, telas, pared, tierra, pergaminos). Antes de que en un ... lugar recóndito del Mediterráneo más oriental nuestros parientes fenicios inventaran el rudimento de un alfabeto. Antes de que se pudiera plasmar un sentimiento duradero más allá del pálpito del momento, de la euforia, de la alegría, de la pasión del que nunca volverá a sentir lo mismo. Existía la palabra. Todo consistía en transmitir y comunicar de manera oral. Nada permanecía más allá de la memoria del que sabía. Nada se podía transmitir íntegro más allá de dos generaciones.

Cuenta Irene Vallejo, en su libro ‘El infinito en un junco’, que los antiguos filósofos griegos, Platón, Aristóteles y Sócrates, renegaban de lo escrito . Sus enseñanzas en el Ágora se basaban en la oralidad. Todo debía ser almacenado a través de la palabra. Nada que no estuviera al alcance de la memoria podría sufrir de malas maneras el paso del tiempo, nada que no fuera oído podría ser sometido a consideraciones no acordes con el mensaje, nada no escuchado podría guardar la pulcritud del original. Al hablar de tradición oral, nada como un cuento. Pobre del que no recuerde una noche invernal y la voz cándida de una madre o los susurros de un padre relatando un cuento clásico o vanguardista con aportaciones de primera mano del relator. Triste existencia del que no pueda saborear en sueños como el relato se convertía en una fantasía plácida que tenía un final con muchas perdices.

Ahora toca rescribir los cuentos, hasta los más clásicos deben ser revisados. Con los ojos pusilánimes del siglo XXI, con la mirada temerosa del que aspira a lo políticamente correcto, es muy difícil enjuiciar el binomio realidad y tiempo . Hasta la fábrica Disney plantea una reinvención de las historias que encandilaron a varias generaciones. Puede que los cuentos clásicos de Andersen, de Perrault, de los Hermanos Grimm estén plagados de violencia, de misoginia, de terror, de maltrato, de homofobia, de acoso, de pederastia. Seguro que las Fábulas de Samaniego y de De La Fontaine no están a la altura del sentir protector medioambiental de la flora y fauna que merece nuestro planeta. Pero seguro que sus enseñanzas han conformado el vivir de personas que sienten, que aman, que sufren, que gozan, que piensan, que sobreviven a pesar de todo.

Peter Pan, Blancanieves, Cenicienta, Hensel y Gretel, Caperucita Roja, Bambin, Pinocho, el Gato con Botas, el Satrecillo Valiente, y todos ellos bien merecen una revisión, pero introspectiva en cuanto a enseñanzas de vida. Dice el escritor Gustavo Martín que los poetas y niños que aman los cuentos guardan la memoria de los animales que murieron para que ellos sobrevivieran. Puede que ya no podamos hacer buena la canción de Los Celtas Cortos «cuéntame un cuento y verás que contento me voy a la cama y tengo dulces sueños».

Seguro que hasta de este cuento de terror diabólico que estamos viviendo podremos sacar una buena moraleja. ¿O no?

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