Contrastes
De los Tartessos a los Fenicios, incluso los Cartagineses, reconocían que Hispania era un lugar de contrastes
De los Tartessos a los Fenicios, incluso los Cartagineses, reconocían que Hispania era un lugar de contrastes. Los Romanos llegaron a constatar que esta península era un lugar especial, donde coexistían las bailarinas más bellas y mejor contorsionadas y los guerreros numantinos más aguerridos. De ... los paisajes que te llevan de las zonas desérticas de los Monegros o de Tabernas a los vergeles de la Vega Granadina o Murciana. De las playas desérticas de las costas gaditanas a las concurridas de la costa alicantina. De los volcanes de la Restinga de la Isla del Hierro a las nieves perpetuas del Sierra Nevada. Nuestra pléyade de filósofos sabía de esta peculiaridad. Ortega y Gasset, Unamuno, María Zambrano, García Calvo, Giner de los Ríos, Emilio Lledó, todos han constatado los contrastes de nuestro pensamiento. Lo científico y lo religioso, lo divino y los humano, lo personal y lo grupal, el derecho y la obligación. El escritor Arturo Pérez-Reverte concluye que somos una « Mezcla formidable de pueblos, lenguas, historias y sueños traicionados : ese escenario portentoso y trágico al que llamamos España».
En estos tiempos que corren se acrecientan los contrastes.
De ser el país más besucón y agarrado el mundo, de ser cansinos a la hora de las bienvenidas y las despedidas, de no hablar nunca de última sino de la penúltima, nos hemos convertido en gente oculta que se saludan a codazos, distantes con reparos y desconfiadas de aceras.
De ver caravanas de descapotables con gentes reivindicando derechos constitucionales en los que no creen, de individuos con mascarillas legionarias apropiados de mi bandera, de rancios exigiendo libertades que ellos no reconocen a nadie, a ver colas kilométricas, en metros y en tiempo, de excluidos virales que sólo demandan algo que llevarse a la boca.
De tener familias multigeneracionales, que no reniegan de su sangre hemos pasado a mantener una distancia emocional que nos hace culpables de nuestros propios sentimientos y deseos.
De ver manifestaciones de gente rubia y delgada, con cacerolas de diseño y espumaderas fashion, que con carteras pertrechadas sólo hacen ruido, mientras que a pocos metros se ven colas de demandantes de derechos básicos de subsistencia que nunca llegan.
Que se reclamen libertades ondeando la bandera del aguilucho cuando bajo ese blasón fueron negadas las más fundamentales a los más humildes durante décadas.
Que mientras la ciudadanía ha dado muestra de su responsabilidad y ha conseguido doblegar, a duras penas, al enemigo invisible, nuestra clase política juega con nuestro incierto futuro cuidándose sólo por mantener o arrebatar poder. Que si los datos vislumbran alguna esperanza es por el sentido común de las españolas y los españoles y no por el sentido de estado de nuestros gobernantes.
Que los primeros datos que vislumbran una contención en el gasto de la caja de la Seguridad Social coincidan con decenas de miles de bajas y con un descenso de la esperanza de vida en España de seis meses. No se recordaban cifras iguales en las últimas décadas.
Que la reconstrucción de nuestra Andalucía se la hayamos encargado a la empresa líder en demolición. Expertos en desplomes y derrumbes democráticos.
¡Por dios, que con tanto contraste no nos lleven otra vez al desastre!