La cola
Se perdió la cercanía y la proximidad, y lo peor, se esfumaron miles de oficinas y de puestos de trabajo
Los primeros en divisar que aquel negocio se venía abajo, tal como se había concebido, como un servicio a un precio, siempre, algo más que razonable, fueron aquellos que no tenían cuentas bancarias ni libretas de ahorro. Los que intuyeron, antes que nadie, que el ... modelo de atención personalizada era una historia del pasado, fueron aquellos que nunca pagaron comisión alguna. Los que se dieron cuenta que ya no había vuelta atrás fueron los que nunca habían sucumbido a las perversas redes de las sangradoras e insaciables entidades bancarias. Ellos, con sus cartones y mochilas donde llevaban todas las pertenencias de una vida, ocuparon las entradas, los bajos y los halls de bancos y cajeros automáticos. Al caer la noche, sin código pin alguno, sin clave de acceso, las personas necesitadas de calor nocturno y techos sin estrellas, ocupaban aquellos espacios de tránsito efímero, donde todo eran saldos, reintegros y anotaciones bancarias sin nombres ni apellidos, sólo supeditados a un código IBAN y a veinte dígitos rastreros.
Después llegaron las citas previas y los gestores personalizados. Aquellos clientes, con nombre y cara, conocidos de toda la vida del responsable de la entidad, empezamos a creernos que éramos algo importante para aquel monstruo bancario. Tener un asesor financiero que gestionara tu cartera, una cuenta raquítica y un plan de pensiones de mucho sudor, hacía que nos sintiéramos como el más listo de los brókeres de Wall Street. La ilusión fue sólo el sueño de aquel que deposita lo poco que tiene en manos de una entidad a la que le ha dado la fidelidad de 40 años, en la que depositó su primera nómina, en la que domicilió su primer recibo, y la que saben de nuestra luz, de nuestros gas, del agua que consumimos y de los teléfonos y las redes sociales en las que estamos, de si nos gusta el futbol o preferimos series de Neflix o HBO. La que está al cabo de la celebración de cumpleaños familiares, de reuniones de amigos y de regalos de bodas.
Y llegó la tormenta perfecta. Un día de marzo de 2020 llamaron a rebato. Lo que parecía que iba a ser una ruina transitoria y temporal empezó a tener visos de persistencia pertinaz. Lo de acudir a tu oficina bancaria a primera hora para no hacer cola pasó a la historia, todo se convirtió en un esperar sin sentido para que al final algún rostros desconocido te remitiese a una tortuosa aplicación de tu móvil. Ya ni siquiera el cajero era tu confidente de saldo y de operaciones recientes. Se perdió la cercanía y la proximidad, y lo peor, se esfumaron miles de oficinas y de puestos de trabajo. Localizar tu entidad bancaria era una operación que debías actualizar cada mes. Eso sí, el apunte de los cargos a tu cuenta, bajo el epígrafe de ‘mantenimiento’ seguían creciendo. Llegamos a comprender que el mantenimiento era el de ellos. Cero euros de intereses, apuntes de recibos domiciliados y cargos por administrar tu dinero.
Y se produjo el milagro. La oficina era tu casa, el mostrador tu móvil y la persona de la ventanilla tenía mucho parecido contigo, vamos que era idéntico a ti. ¡Todo se había convertido en ventajas!. Únete a la plataforma ‘Soy mayor, no idiota’.
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