La cola

Se perdió la cercanía y la proximidad, y lo peor, se esfumaron miles de oficinas y de puestos de trabajo

Antonio Ares

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Los primeros en divisar que aquel negocio se venía abajo, tal como se había concebido, como un servicio a un precio, siempre, algo más que razonable, fueron aquellos que no tenían cuentas bancarias ni libretas de ahorro. Los que intuyeron, antes que nadie, que el ... modelo de atención personalizada era una historia del pasado, fueron aquellos que nunca pagaron comisión alguna. Los que se dieron cuenta que ya no había vuelta atrás fueron los que nunca habían sucumbido a las perversas redes de las sangradoras e insaciables entidades bancarias. Ellos, con sus cartones y mochilas donde llevaban todas las pertenencias de una vida, ocuparon las entradas, los bajos y los halls de bancos y cajeros automáticos. Al caer la noche, sin código pin alguno, sin clave de acceso, las personas necesitadas de calor nocturno y techos sin estrellas, ocupaban aquellos espacios de tránsito efímero, donde todo eran saldos, reintegros y anotaciones bancarias sin nombres ni apellidos, sólo supeditados a un código IBAN y a veinte dígitos rastreros.

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