La caña y el pez
Desde cualquier lugar se puede oler a piedra ostionera y saborear el regusto a algas secas cuando corre el viento del Sur
Nadie en Cádiz vive a más de 500 metros de la mar. Desde cualquier lugar se puede oler a piedra ostionera y saborear el regusto a algas secas cuando corre el viento del Sur. Los días de Poniente, el frescor de entre castillos caleteros se ... filtra por las rendijas de ventanas y cierros. Con el Levante, el polverío jandeño se cuela por todos los rincones. Del Norte pelón dan buen crédito algunas calles que miran a la Alameda del Comillas. A pesar del aroma a salitre con el que nace el gaditano, aunque la gaditana nunca haya renegado de esa orilla que alinea un horizonte de azules, aquí se ha vivido siempre un poco de espaldas al mar.
Los deportes náuticos no han sido nunca nuestra prioridad. Bueno a excepción de la pesca. No me refiero a la pesca deportiva, a la de federación y lujos de preparativos, sino a la de subsistencia. A la de caña del país y plomá reconstruida con cápsulas de vinos de medio pelo, a las de viyuelas con corcho de colores y de capazo canastero de manos gitanas, a la de los amaneceres y atardeceres de balaustrada, de garbajitos, de muergos, camarones, pan duro mojado y gusanas coreanas.
«Qué de gente pesca en el Puente de Carranza/ qué de cañas puestas en el barandal/ nos recuerda al cuadro de las lanzas/ por un hueco dan hasta cachetás». (Los Cubatas 1986). Ya aquí se pesca poco. Atrás quedaron las cañas del país que en La Viña adornaban balcones y patinillos. Casi nadie se acuerda de aquellos que vendían carná entre las calles Plocia y Lázaro Dou. En los vericuetos de la memoria se ilustran cañas y sillas de playa en la Alameda y el Campo del Sur. Ya los erizos y ostiones que colmaban las esquinas del barrio, como prolegómenos del Carnaval, forman parte de nuestra historia.
Hay un conocido proverbio chino que dice: «Regala un pescado a una persona y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida». Los datos de nuestra ciudad son más que vergonzantes para propios y extraños. Durante el mes de abril más del 30% de la población estaba en paro. La falta de vivienda, las necesidades de lo más básico para subsistir han hecho de este rincón de luz y alegría nuestras señas negras de identidad.
Desde el inicio de la pandemia, ha aumentado el número de familias que precisan acudir a los recursos disponibles de los Servicios Sociales Municipales. Las Organizaciones Humanitarias de Cádiz-Cádiz se encuentran desbordadas ante tanta demanda por lo básico para conservar el esbozo de una sonrisa. La asistencia económica, las ayudas a la alimentación, la cobertura del suministro de luz y agua, las ayudas al alquiler, se han visto sobrepasadas. Las necesidades son palpables pero la estrategia puede que no sea la adecuada.
Las prestaciones económicas como fin tienen un recorrido muy corto. La ayuda a la persona desesperada no debe ser de esa inmediatez con la que sólo se soluciona el hambre de un día. Alimentar el futuro es otra cosa. Debe partir de un compromiso personal del necesitado con las ganas de salir de la exclusión. De un suministro por parte de las administraciones y de las ONG de herramientas útiles y duraderas.
Perpetuar las limosnas sólo nos traerá más desgracia.
¡Sin cañas y sin pescados!