Auctoritas y potestas
Cada vez hay que dar más la razón a Pedro Pacheco: «Nuestra potestas es un auténtico jolgorio»
Algunas tardes, cuando la primavera empezaba a teñir de luces de colores el ocaso y la tibieza se instalaba como norma en el vestir, nada más salir del colegio, en grupo, acudíamos a la Plaza de San Antonio. Algunos de nosotros siempre era poseedor de ... una pelota de trapo. Allí comenzaba nuestra Champions League de entretelas. Esos pseudobalones algo deformes con telas de cuadros y floreadas rodaban poco y tenían dos problemas difíciles de solventar. No se podían rematar de cabeza, y si se mojaban te pringabas al primer balonazo. El único juez que marcaba los tiempos era el guarda de la Plaza. De mediana edad, con bigote y algo mal encarado, con uniforme algo desangelado, merodeada en nuestra cancha mal delimitada. Nadie discutía sus decisiones, su silbato marcaba el final de la contienda. Para todos, aquella persona tenía auctoritas.
El deslucido ascenso de nuestro equipo a la División de Oro nos ha privado de alegrías para la afición. Los triunfos, ante los grandes no se han podido sentir a flor de piel. Ahora toca volver a la cruda realidad. A las puertas de entrar en zona peligrosa es cuando más se echa en falta el apoyo de una ciudad incondicional con su equipo. Parte de esta coyuntura de mala racha en resultados se debe a algunos árbitros. O como dicen en altas esferas «jueces deportivos», que no han tenido pudor en anteponer su interpretación a hechos flagrantes. Estos señores, otrora sólo de negro, no tienen auctoritas, tienen potestas.
En la Roma Clásica existían tres formas de interpretar el poder. El ‘ imperium ’ era el poder absoluto. La ‘ potestas ’ era el poder político capaz de imponer decisiones mediante la coacción y la fuerza. Y la ‘auctoritas ’ que era el poder moral basado en el reconocimiento o prestigio de la persona.
El Tribunal Supremo ha suspendido el adelanto del toque de queda en Castilla León, que fue recurrido por el Gobierno. A la vez el Gobierno Vasco no va a recurrir la sentencia de su Tribunal de Justicia que permite la apertura de todos los bares y restaurantes de Euskadi. El juez Garrido, artífice y ponente de dicha sentencia sólo tiene potestas. La auctoritas la tienen los epidemiólogos que tras seis años de carrera, una dura oposición para conseguir un contrato de cuatro años, y una especialidad con formación en grado de excelencia, son capaces de predecir como una pandemia pone en jaque a la humanidad y de aportar soluciones.
La señora Cifuentes ha salido absuelta del presunto fraude de un Master de la Universidad Rey Juan Carlos. Su asesora y la funcionaria de turno que firmó las actas han sido condenadas. El Tribunal tiene potestas. La auctoritas la tienen los cientos de doctorandos que cada año, después de un trabajo de investigación novedoso, tras un esfuerzo ímprobo, son capaces de sacar adelante hipótesis que validan el poder de nuestra ciencia a regañadientes de nuestra clase política.
El rapero Pablo Hásel tiene la auctoritas que da la libertad de expresión, pero a los jueces que le han condenado, a las hordas de forajidos que han salido en su defensa solo les quedan las podestás. Cada vez hay que dar más la razón a Pedro Pacheco: «Nuestra potestas es un auténtico jolgorio».
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