Obituario

Amigo Teodoro

Su puntito de psicólogo le convertía en ese conseguidor al que todos acudían cuando los problemas aparecían

Alguien me dijo una vez qué para contar los verdaderos amigo que uno tiene le sobraban con los dedos de una mano. Posiblemente, de entre todas las relaciones humanas, la familia, el compañerismo, el enamoramiento, sea la amistad la que no pide compromiso alguno cuando es verdadera, ni de sangre, ni de intereses económicos, ni de lealtad extrema.

Qué alguien desconocido participe en tu tribunal de selección, y que en poco tiempo se convierta en tu amigo ocurre pocas veces. A mí me pasó con Teodoro. Fue como es vínculo que te atrae, de manera sutil, hacia alguien que ves con ese halo de buena gente que algunas personas poseen. Su puntito de psicólogo le convertía en ese conseguidor al que todos acudían cuando los problemas aparecían. Si no te daba la solución inmediata, te colocaba en la primera casilla para conseguirla. Su versatilidad formativa lo convertía en ese todo terreno que toda empresa ansía en sus filas. Gran especialista en “charcos” de los que casi siempre salió airoso. Su método cartesiano sólo lo aplicaba a los sudokus difíciles y a los crucigramas en blanco. Los retos matemáticos eran su debilidad. Para el resto se embebía de las relaciones personales. En las distancias cortas se apreciaba sus dotes de conciliador. El “no” lo tenía prohibido en su vocabulario, con salpicaduras de diminutivos y con algún que otro taco gadita. Los que le conocíamos sabíamos que sólo se abstenía de tales características cuando templaba gaitas. Hombre de soluciones y no de problemas.

Decía Albert Camus que la amistad es la ciencia de los hombres libres. Teodoro nos hizo más libres a todos los que tuvimos la suerte de contar con su amistad. Buscador desaforado de tertulias y conversador con gran arsenal de anécdotas. Sus jueves a mediodía eran sagrados.

Dicen sus compañeras y compañeros del Gabinete que existe un antes y un después de Teodoro en la Psicología Gaditana. Lo mismo manejaba con maestría pacientes con espectro autista, que formaba a entrenadores de futbol, que seleccionaba a generaciones de bomberos y policías locales, que actuaba como un auténtico Sherlock Holmes escudriñando el perfil de un delincuente.

Amante de la buena mesa pero con un punto de inapetencia. Era de pequeñas cantidades y con cadencia muy pausada. Entendido en “riveritas” del Duero y en “riojitas”. Como tirador de “bolitas” y jugador de golf, siempre volvía a casa con algún trofeo. Lector veloz y consumidor empedernido de novela negra, emplazaba a los autores para que aumentaran su producción. Le quedó pendiente la última novela de Carmen Mola. Sus dotes culinarias eran caprichosas, pero aun así lograba niveles de excelencia con sus cocochas en salsa verde, sus garbanzos con chocos y su arroz con leche.

Creyente a pies juntillas de que hay que vivir el momento y disfrutar hasta de los silencios. Sabía lo que se le aproximaba, por eso le dijo a María Luisa que él se iba a ir del tirón, sin molestar y manteniéndose en pie hasta el último hálito, nada de apagarse poco a poco. En un santiamén, sin que nos fuéramos haciendo el cuerpo al desenlace final. Teodoro nos ha dicho adiós con la mano, mirándonos a los ojos con un hasta luego. Una despedida que nos suena imposible.

Seguro que allá donde estés habrá bares que estrenar, gentes a las que ayudar, restaurantes que recomendar, problemas que solucionar y buenos caldos que probar. En poco tiempo formarás una tertulia para quedar los jueves en los mediodías del más allá. Solo te pedimos que tomes buena nota, por lo que pueda ocurrir.

Decía Baltasar Gracián que cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene. A los que dejas aquí nos pones el listón muy alto y nos obliga a mirarnos en tu espejo.

Prometemos no defraudarte.

“Quemad viejos leños,

Bebed viejos vinos,

Leed viejos libros,

Tened viejos amigos”

Alfonso X El Sabio.

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