Amargura
Las consecuencias psicologías de la Covid 19 y el confinamiento han sido estudiados y demuestran un incremento de síntomas depresivos y de ansiedad.
Cuando Adolfo de Castro y Rossi fue nombrado Alcalde de Cádiz, a mediados del siglo XIX, uno de sus empeños fue el de dar lustre al callejero gaditano. Él era de los que consideraban que los nombres importan a la hora de poder atraer a ... la concurrencia de allende las fronteras. Con anterioridad, bajo el seudónimo de Manuel de la Escalera, había publicado una obra titulada «Nomenclator de las calles de Cádiz y explicación del significado de sus nombres». En el mismo figuraban nombres peyorativos como Rata, Boquete, Ataúd o Husillo. La más larga de todas, la Calle de la Amargura, actual Sagasta. Amargura es esa sensación de frustración, resentimiento o tristeza de aquella persona que ha sufrido una desilusión o una injusticia. Es la pena y el dolor sentimental llevado a su máxima expresión.
Para los creyentes católicos en el Viernes Santo se alcanza la mayor desazón y la amargura logra convertirse en ese dolor inexplicable y casi físico en espera de una resurrección salvadora. No existe Semana Santa andaluza que se precie que no tenga una Titular, bajo palio y al compás de plateados varales, con el nombre de Virgen de la Amargura. La nuestra, la de cofradía de los Vizcaínos, la actual Humildad y Paciencia que da esplendor a la Iglesia de San Agustín.
Las consecuencias psicologías de la Covid 19 y el confinamiento han sido estudiados y demuestran un considerable incremento de síntomas depresivos y de ansiedad. La incertidumbre afecta casi al 80% de la población y el malestar psicológico a uno de cada dos. Dejamos atrás el confinamiento duro. Los amagos de desescalada nos han llevado a situaciones sin sentido en las que la movilidad de las personas está sometida a criterios kafkianos que nadie entiende. La resignación que nos atenaza nos ha provocado que acudamos como espectadores a una realidad que es la nuestra, de la que no podemos renegar y a la que no logramos renunciar. Una amargura nos atenaza, la rebeldía y nos adormece hasta el extremo de sufrir de piel para adentro la incompetencia de aquellos que ya no nos representan. El profesor Fransec Torralba (Universidad Ramón Llull) habla de ese malestar social en el que nos hemos instalado sin saber cuál es el camino correcto. La desesperación lleva al inmovilismo. Este deambular sin rumbo nos sitúa en la desgana del que se deja llevar, sin importarle que le importa ese más allá de lo cercano. Amargura es saber que no vamos a poder desecarla en mucho tiempo. Que escuchar a nuestros políticos entendiendo de vacunas es todo un despropósito de edades, de tiempos y de circunstancias. Amargura es no saber tener la boca cerrada cuando no se sabe lo que decir. Esto que estamos viviendo nos lleva a comprender que equivocarse es de sabios, que las preguntas son más importantes que las respuestas. Que nadie está en posesión de esa hipótesis tan añorada que nos llevará a la certeza de la claridad absoluta. Amargura por sentirnos tan pequeños y desvalidos ante tanto desatino. El Papa Francisco ha pedido con insistencia combatir la amargura conformista ante la pandemia con el mejor de los antídotos, la esperanza.
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