P. E. P. A.

Para conmemorar tal efeméride, nuestra clase política se ha puesto de acuerdo en organizar un sarao vergonzoso en el que no se salva nadie de su incompetencia

Según cuentan las crónicas de la época, aquel 19 de marzo de 1812, jueves para más señas, hacía un tiempo de perros. Llovía a cántaros y un viento desapacible lanzaba agua por todos lados. En la Iglesia del Carmen, frente a una Alameda gris y ... bulliciosa, se celebró un solemne ‘Te Deum’ en acción de gracias por la declaración de la Constitución de Cádiz, que sería proclamada en la tarde de ese día. Una pomposa procesión partió de la Iglesia Conventual carmelita. Todos los diputados, del Reino de España y de allende los mares, luciendo sus mejores galas, se dirigieron al Oratorio de San Felipe Neri. No importaba el día invernal, después de dos largos años de arduo trabajo, la ocasión lo merecía. Debates, reuniones oficiales y clandestinas, consensos y desacuerdos, tiras y afloja, renuncias y logros, daban como fruto la primera norma constitucional de la que nuestro país podía sacar pecho. Su objeto «la Felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen» (artículo 13).

Para conmemorar tal efeméride, nuestra clase política se ha puesto de acuerdo en organizar un sarao vergonzoso en el que no se salva nadie de su incompetencia. La historia de la política está plagada de hombres y mujeres que hicieron de la entrega al servicio de lo público la meta fundamental de su ejercicio. El problema es que hay que buscar con mucho ahínco. Cuanto más se aleja el político de la ciudadanía más difícil le es contemplar la realidad que se vive de manera cotidiana. Cuanto más se asciende en el escalafón del poder menos se ve el suelo que se pisa, más distorcionada está la realidad. Nada más llegar a las altas esferas se rodean de asesores que, regalándoles los oídos, les desvirtúan el escenario con maledicencia partidista. Mociones de censura de mentira, adelantos electorales trucados, renuncias con carga de profundidad, estrategias maquiavélicas disfrazadas de valentía electoral, tránsfugas que ya se han cobrado sus servicios, listas electorales con estómagos agradecidos, eslóganes electorales que parecen sacados de una película de Berlanga, amores patrios que resuenan a traición, coaliciones con puñales preparados para ser usados a las primeras de cambio y mentiras cubiertas de pátinas de medias verdades.

Y la ciudadanía asiste atónita a unos acontecimientos que la dejan boquiabierta. Mucho dolor de puertas adentro, mucha miseria en las calles, una incertidumbre que nos impide ver algo de color verde esperanza, un miedo que nos atenaza y paraliza, y un futuro que, por mucho que queramos, no se nos presenta alentador. Y ellos enredados en sus intereses que no son otros que el poder y la permanencia en su pedestal sustentado por nuestros votos.

A todos ellos les propongo que se lean la novela del Premio Nobel portugués José Saramago ‘Ensayo sobre la lucidez’. Podría ser que recapacitaran, pero eso sería mucho pedir. Sólo viven para sus intereses, que nunca son los del bienestar y la felicidad de su pueblo.

¡Si este país tuviera un Partido Español para Procurar Acuerdos (P.E.P.A.)!. Seguro que nos iría mejor. Por lo menos podríamos ser algo felices.

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