Y en Carranza, todos Messi con bigote
Al igual que hoy recordamos veranos tan azules que Chanquete ni se moría, en unos años tendremos nostalgia por los geles y las mascarillas
No voy a caer en la artimaña. Sé que la melancolía tiene más trampas que la Avenida de la Sanidad Pública cuando caen dos gotas y que el pellizco que sentimos al evocar lo que ya fue es más fullero que las vías ... ciclistas de la Junta, capaces de llevarte al infinito a no ser que llueva, haya obras o don Joaquín quiera cazar. Los veranos del pasado nos parecen tan azules que en alguno a Chanquete le terminan dando el alta y en todos esos bares que ya no existen creímos tomar la mejor cerveza que se tiraba en Cádiz. Y juramos por lo más sagrado que las chicas que nos olvidaron, rubias y neumáticas como ya no quedan, besaban mejor.
Todo son amaños, se lo aseguro. No crean a los columnistas que les insisten con que el sol era antes más amarillo, la luna crecía más rápido y todos los jugadores del Cádiz eran una reencarnación de Messi pero con bigote . Lo de que regateaban con tanta maestría que llegaron a poner sus nombres a los pinchitos de la barbacoa es más falso que los barcos que se anuncian para Navantia. Tampoco le haga caso a los que proclaman que los tomates tenían tanto sabor que uno podía quedarse ciego (todo lo bueno te deja en ese estado) si se les arreaba un buen mordisco ni a los que aseguran por la gloria de Panete que desde la Casa Cuna ya se olía el pan en el horno de Plocia.
Todos hemos crecido, madurado y envejecido fantaseando con ese ayer en que los perros venían con su longaniza incorporada . Son la misma cara, que no le den coba, de quienes te dan golpecitos en el brazo (Dios los confunda) para prometerte que cuando eran jóvenes se tardaba en llegar a San Fernando lo que duran las preliminares y que la leche era tan grumosa que se diría toda de algodón pero que eran tiempos mejores. Aunque, si se quejaban, llovían hostias a cántaros.
Que no se la den. Quizá en tres, diez o 30 años sintamos la melancolía de la caricia del gel hidroalcohólico y nuestra alma se erice cuando un perfume nos recuerde a la mascarilla , que extrañaremos como beso de madre. Cuando entremos en una oficina, evocaremos aquel verano en que nos descerrajaban un tiro de termómetro y le contaremos pesados a nuestros sobrinos que cuando se guardaban dos metros entre viejos amigos se sentía más cercanía que en el más escandaloso de los abrazos. Hablaremos de la pandemia como quien cuenta que el Portillo era Maracaná y relataremos cuando sacábamos las napias por la mascarilla con la cara de culpa de quien reconoce que se guardó una carta jugando al mentiroso en la playa o que se lió con el novio de esa amiga rubia y neumática. Y todo, me repito más que el adobo sevillano, será la misma mentira .