La vida secreta de Juan Antonio
El Falla lleno, las calles con sus ilegales y las tiendas a punto de cerrar porque ya son las seis en un febrero de Carnaval
El Falla estaba lleno y él, eufórico. Había conseguido una entrada para semifinales con la suerte de que cantaba Juan Carlos, moviendo los corazones en los labios de sus hombres. Era la mejor de las sesiones y no faltaban el Gordo , el ... Selu , el Gago y todos aquellos que se nombran de lujo con un artículo. «Esto es, Carnaval, esto es Carnaval», rugía el teatro y él, con su hermano sentado al lado, no cabía en la butaca de gozo y pistachos. Ahora, Bienvenido estaba empezando un pasodoble en el que le cantaba las cuarenta a Kichi por los... «Caballero, caballero, oiga, no se acerque tanto, la distancia de seguridad». Volvió en sí Juan Antonio, retrocedió cuatro pasos hacia el sur en la cola del estanco y miró con fastidio y gafas empañadas el móvil.
El caminito de casa ese segundo sábado de febrero era igual de silencioso que el de meses anteriores. Frente a una tienda de ortopedia, entre corsés de triste figura y sillas de ruedas modernas, vio su reflejo y reparó en que no tenía los dos coloretes a la misma altura y que el tamaño no era ni parecido. Iba a pedirle a Susana que le dejara el pintalabios cuando llegara con Arturo del freidor con la media de cazón, el cuarto de chocos, las empanadillas y las croquetas. Sabía que si tardaban era buena señal, habrían comprado también las papas del indio cerca de la plaza y quizá un par de botellas de moscatel. Estaba decidiendo si para comer era mejor el vino o la cerveza, que con los codazos de la gente se quedan los dedos pringosos, cuando en el mismo escaparate apareció uno de los trabajadores y puso el cartel de que las FFP2 estaban a 2,5 euros el paquete. Compuso el gesto, se atusó la mascarilla coqueto y siguió de vuelta a casa.
Aceleró el paso y recordó que se había quedado sin gel hidroalcohólico. Estaba cerca la farmacia, no tardaría mucho si no fuera por toda esa gente que estaba arremolinada en la esquina, ¿quién estará cantando? La voz sardónica y la general chavalada le hizo sospechar que eran los de la chirigota del Airón . Pues nada, a hacerse un hueco para escuchar, a ver a quién le dan caña este año. Una vecina ha abierto la ventana y dice que eso no se puede consentir y arroja un cubo con algo... que resultan ser papelillos, «no se puede consentir que cantéis tan bajito». En lo mejor de la segunda tanda de cuplés, con unos chavales de Palencia al lado que no paran de reírse, le llega un mensaje al móvil. «Si vas a comprar ron date prisa, Juan Antonio, que son las cinco y veinte ya». Juan Antonio enfiló el súper y llegó a menos diez, crápula, como siempre, viviendo al límite en carnavales hasta el fin.
Adenda : Tengo al lector por enterado de que este artículo es una juguetona adaptación del ya clásico 'La vida secreta de Walter Mitty', del estadounidense James Thurber, cuya lectura recomiendo.