Con tranvía y sin deseo
Mil pruebas después –alguien tendrá registrados los kilómetros de mentirijillas que han hecho esos vagones– el tranvía ganó la capital en un acto a medida del partido que podía aprovechar mejor las fotos
La vida te enseña que sólo hay una cosa peor que lo que uno desea no llegue. Y es que lo haga demasiado tarde. Como ese juguete que uno consigue cuando ya se le ha pasado la edad o esa chica que se acerca ... cuando se han pasado los ímpetus . Me da la sensación, porque en esto de opinar uno se mueve siempre por unas percepciones tan obtusas como el círculo de personas con el que charla, de que nos ha sucedido lo mismo con el tranvía. Ha llegado tan absolutamente tarde que se nos han pasado las ganas. Hemos pasado del entusiasmo febril de principios de los 2000, cuando éramos tan ricos que pensábamos que no gastar era una ordinariez, a los tristes 20, donde la mascarilla y la contención son las brújulas que nos llevan a ningún lugar. Si hace 20 años, qué guapos salíamos en las fotos, era san Ladrillo quien nos regaba, ahora es Santa UE la que nos estercola. Y nos parece casi igual, pero a la marioneta no dejamos de verle las trampas aunque callemos.
Este viernes llegó a la estación de Cádiz el tranvía, que venía a completar la santa triada de la Bahía del futuro con el segundo puente y la alta velocidad. Nos dijeron, cuando éramos tan ingenuos, que en apenas tres horas y cuarto podíamos pasar del cazón al bocata de calamares y que en poco más de 40 minutos cualquiera podría cambiar las tonantes campanas de Santo Domingo por el honesto transitar del Pájaro. Luego vino la crisis, Rajoy primero y Susana Díaz después, y el segundo puente que iba a ser de Santa Teo lo inauguró un ateo con pendientes, el tren cada vez se hizo más lento y el tranvía se convirtió en una broma pesada para los que trataban de cruzar la calle Real de San Fernando .
Ha pasado mucho mucho tiempo, el que tocaba. Se nos calló y cayó el pelo sin que tuviéramos nada que decir. Todo, en este Cádiz, fue pasando de moda. La pérgola de Santa Bárbara creció, se exhibió y se quemó. El Portillo, nada les descubro, se volvió y ahí no hubo nada. El segundo puente nos dio la impresión de prestado, de que era para una gran ciudad que ya no éramos. Y de pronto, quién lo iba de decir, llegó Juanma y mandó a callar. Mil pruebas después –alguien tendrá registrados los kilómetros de mentirijillas que han hecho esos vagones– el tranvía ganó la capital en un acto a medida del partido que podía aprovechar mejor las fotos . Y alrededor, la concurrencia se preguntaba si eso del tranvía seguía adelante, si no se habían cansado de un proyecto que, hay que reconocerlo, a todos nos había vencido. Como ese autobús que aparece tarde e irrita más que si no llegara, este tranvía nos pilla ya sin esperanza, sin cigarillo y sin deseo.
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