De Tacitas y su crecepelo

Conservar los rizos es en ocasiones muy parecido a mantener el empleo y, ante la falta de ambos, no faltará quien venga a prometérnoslos

Ahora que los cuarenta van llamando a la puerta, como una quinta de Beethoven llena de canas y dolores de espalda, sigo conservando dos de las cosas que ya tenía por un tesoro cuando eran los 30 los que, aún jacarandosos y con camisetas de ... vistosos colores, se asomaban en el horizonte como un Espinete mal escondido. Se trata del trabajo y del pelo. No quisiera ser yo ventajista y presumir de dos pertenencias que, en rigor, me han sido dadas una por el hecho providencial de estar en el lugar preciso antes de la crisis inadecuada y la otra por mera lotería genética. No negaré el trabajo que cuesta conservar ambos y lograr que los dos luzcan, pero no creo que sea éste el foro para hablar de periodismo y peluquería, ambos tan sujetos al infierno de la moda y la tijera.

Bien pensado, conservar los rizos es en ocasiones muy parecido a mantener el empleo y de los esfuerzos y desesperación para que ambos se queden fijos se aprovechan los vivos, los de la caña en vaso grande cuando el río está revuelto, los permanentes vendedores de crecepelo. Los mismos que veía usted en las películas pregonando los milagros de una loción que, sabiamente aplicada, haría que brotasen de las límpidas cabezas las más floreadas cabelleras, ahora chillan los proyectos inmediatos que harán que Cádiz (acérquese, caballero; no lo dude, señorita) luzca una melena de trabajo como no se conocía desde que Hércules hizo el ERE a la primera cuadrilla de fenicios. No faltan ni los consabidos ganchos para estos mercachifles que a voz en grito van pregonando sus chismes. Archimpámpanos muñidores de la esperanza colectiva saben engatusar a quienes quieren saber lo que cuesta un peine sin pagarse un viaje a Turquía o emigrar a Alemania.

Creo que ya sabrán de lo que les hablo, otros lo han ido relatando en esta semana antes que yo con mejor pluma. El establecimiento en Cádiz del Instituto Oceanográfico, la posible llegada del Tribunal Constitucional, la Ciudad de la Justicia que está ya a puntito de juzgar a vivos y a muertos, el hospital nuevo que en breve nos operará de anginas o, los hay ambiciosos, hasta un nuevo estadio que podría tener un hotel en su interior que fuera la envidia del Antiguo Nuevo Mirandilla. Acérquense, gaditanos, acérquense, traigo en este frasco una fórmula secreta llena de fondos europeos que harán que los empleos, los proyectos y la renovación crezcan en sus calles con tanta fuerza que ni la caspa ni la crisis osarán acercarse... Dentro de unos meses quizá veremos que, en vez de dar, lo que querían era (se viene el chiste fácil de despedida) tomarnos el pelo.

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