Los que sufren y los míos
Uno fabula con la tragedia y considera que ese chico que conduce la furgoneta con el humo de fondo puede ser su primo o esa señora que llora porque ha perdido la casa, una antigua compañera del colegio
Voy a contarles una historia de mi cuñado. No esperen un chiste del Comandante Lara, que la cosa se pone seria. Les decía que mi cuñado estuvo de vacaciones en Budapest hace seis años, cuando recién empezaba la moda de la llegada de refugiados sirios, ... con su consiguiente xenofobia ‘chic’. Me dijo que no le impresionó ver cómo iban con las maletas cargadas con lo que pudieron salvar, ni la mirada perdida de quienes no saben cómo han llegado a ninguna parte, ni siquiera la dignidad que seguían conservando en esa situación. Lo que más le inquietó fue el ver que muchos de ellos, en el inmenso sillón de piedra de la pura calle, chateaban con sus móviles o miraban las noticias en las tablets. «Los veías con nuestra misma manera de vestir, con nuestros mismos teléfonos... y no podías dejar de pensar que podíamos ser nosotros». La frase, dicha con la displicencia de quien pasa de una anécdota a otra, me caló. Me recordó a aquella de Pérez-Reverte, que entre ser tan gran grande a veces se le cuela ser un poco cuñado, de que de la civilización a la barbarie sólo hay un pasito.
Todo lo anterior, además de rellenar una cantidad notable de texto, me vino a la memoria cuando vi las imágenes de los palmeros tratando de salvar a la carrera sus pertenencias, sus recuerdos, su vida. En cuatro horas llegará el leviatán de lava, resuman su vida en lo que quepa en la furgoneta. Como mal periodista, sufro al extractar un texto; como peor persona, no quiero imaginarme lo que sería compendiar lo vivido. Fue inevitable, en todas estas cavilaciones, pensar en que ésos podíamos ser nosotros ante un tsunami. Que sí, que no hace falta que me lo diga, que la posibilidad de que llegue un maremoto a Cádiz a consecuencia de la erupción de la Palma es similar a que el invento de los dos carnavales en la ciudad salga bien. Pero uno fabula con la tragedia y considera que ese chico que conduce la furgoneta con el humo de fondo puede ser su primo o esa señora que llora porque ha perdido la casa, una antigua compañera del colegio.
El busilis de cada tragedia es encontrar en qué parte nos afecta. O qué parte somos nosotros. Así de egoístas y cobardes nacimos. Algunos ironizaban, viendo lo sucedido en La Palma, con que tenían que haber sido muy listos los que construyeron casas tan cerca de una zona volcánica. Lo mismo pueden pensar si algún día el mar nos vuelve a castigar a los gaditanos. Y al final, en este caso literalmente, uno saca el as pedante de la manga y recuerda esos versos de Neruda de «¿Quiénes son los que sufren? No lo sé, pero son míos».