Los que sufren y los míos

Uno fabula con la tragedia y considera que ese chico que conduce la furgoneta con el humo de fondo puede ser su primo o esa señora que llora porque ha perdido la casa, una antigua compañera del colegio

Andrés G. Latorre

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Voy a contarles una historia de mi cuñado. No esperen un chiste del Comandante Lara, que la cosa se pone seria. Les decía que mi cuñado estuvo de vacaciones en Budapest hace seis años, cuando recién empezaba la moda de la llegada de refugiados sirios, ... con su consiguiente xenofobia ‘chic’. Me dijo que no le impresionó ver cómo iban con las maletas cargadas con lo que pudieron salvar, ni la mirada perdida de quienes no saben cómo han llegado a ninguna parte, ni siquiera la dignidad que seguían conservando en esa situación. Lo que más le inquietó fue el ver que muchos de ellos, en el inmenso sillón de piedra de la pura calle, chateaban con sus móviles o miraban las noticias en las tablets. «Los veías con nuestra misma manera de vestir, con nuestros mismos teléfonos... y no podías dejar de pensar que podíamos ser nosotros». La frase, dicha con la displicencia de quien pasa de una anécdota a otra, me caló. Me recordó a aquella de Pérez-Reverte, que entre ser tan gran grande a veces se le cuela ser un poco cuñado, de que de la civilización a la barbarie sólo hay un pasito.

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