La revolución de Pinocho
En estos días, todos reivindican su derecho a mentir y presumen del volumen de sus narices
Pinocho tuvo la desgracia de nacer en la época en la que nació. O de ser pulido en la época en la que fue tallado, que todos sabemos que sobre las creaciones y nacimientos de carpinteros suele haber aparejada a cierta polémica. Lo dicho, que ... de haber visto la luz en los momentos actuales, Pinocho tendría la posibilidad de reivindicar a voz en grito su derecho a mentir, a inventar, a, en definitiva, hacer de la patraña un arma de madera con un tamaño similar al de su nariz, con la que atacaría a quien señalara la magnitud de sus embustes.
Lo curioso de este momento en el que nos encontramos es que quien miente sabe, en la mayoría de los casos, que lo hace y sabe por qué lo hace. Y no se achanta, no nos achantamos, ante quien le pone delante los hechos o la realidad. En la época de la hiperconectividad, de los datos y de las comprobaciones hemos regresado al «es verdad porque lo creo» en su estado más puro o, si lo prefieren, en su estado más impuro. Lo diga el pescadero de la plaza o lo diga un mandatario con tanto poder como para hacer que sus ciudadanos beban lejía con sólo sugerírselo. La realidad se ha convertido en un gigantesco partido de fútbol con una hinchada dispuesta a discutir por cada fuera de juego incluso antes de que el árbitro dé el silbido inicial.
Parece que en esta crisis que nos ha tocado vivir empezamos a vislumbrar, acaso levemente, la puerta de salida. Que no será a lo que antes conocíamos, sino a una nueva fase en la que el guion, como todo desde el pasado 14 de marzo, habrá que irlo escribiendo sobre la marcha. Y más nos vale, como sociedad, tener cuidado de los tachones de quienes, también desde el 14 de marzo, no hacen otra cosa sino ir moviendo el tintero con la intención de que todo quede manchado.
Pero démonos una tregua. Hoy es domingo y los más afortunados podrán salir con el principal patrimonio, que son los hijos, a disfrutar de manera temporal de la principal lucha, que es la libertad. No les negaré que siento una envidia terrible por quienes estén hoy sobre la arena de cualquiera de las playas de Cádiz. También se lo han ganado por tener que inventar ante sus hijos un relato de lo que está pasando en la actualidad. Un relato en el que las mentiras piadosas y las verdades a medias de los Pepitos Grillo de cada casa consiguen calmar a unos niños perdidos que ven cómo los Pinochos de allí fuera siguen compitiendo por ver quién es el que la tiene más larga.
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