La playa, amiga que nunca falla
Hasta el fin de año nos ha traicionado. El que tomábamos por un lugar seguro nos ha dejado a merced del test de antígenos y las restricciones
En las cuatro décadas de gaditanismo que atesoro, he visto caer muchas de las lealtades de la ciudad. Personas, lugares, espacios comunes que de la noche a la mañana dieron su «hasta luego Lucas» y nos dejaron con un palmo de narices. La lista es ... interminable, qué le voy a contar a usted, y seguramente en este repaso de traiciones sea yo también traidor vengando el antiguo dolor con moderno olvido.
A la hora de hacer un ránking cada cual tendrá su preferido canalla, aunque para mí, el mayor bribón que nunca cruzó Cádiz no es otro sino el 7. ¿Quién no se ha quedado en la parada esperando esta guadianesca línea que ofrece un servicio rápido a no ser que sea festivo, fin de semana, haga frío, sople levante o Mercurio esté en la casa de Piscis? A su lado, Fernando VII –otro que tal baila–, queda hecho un santo. También fueron traidores pequeños enclaves patrios que se marcharon, como la Torre de Preferencia (una ruina a la hora de hacer símiles satirones), la vía del tren (antes uno podía tirarse ahí o por los bloques, que se han quedado con el monopolio del catastrofismo local), o los cuarteles (aunque, no les voy a engañar, prefiero la flor al metal delante de la plaza de toros). Cada cambio, cada mejora a veces, en la ciudad es una pequeña traición a la memoria, un lugar que creemos seguro pero que está acechado por el ERTE de lo que sentimos antes y lo que vemos ahora. No hay avenida transversal entre ese Cádiz que nos encontramos de pequeños y el que estamos inventado.
Hasta el fin de año nos ha traicionado. El que tomábamos por un lugar seguro, que sólo esgrimía la amenaza de una pepita de uva díscola o un corcho de cava artero y certero, nos ha dejado a merced del test de antígenos y las restricciones. Claro que él, angelito, tampoco ha estado sólo en esto. Desde marzo de 2020, la vida es una acechante puñalada trapera, un popurrí que parece que va a terminar pero que nunca acaba, nunca acaba, nunca acaba, un trozo de chicharrón que se mete entre los dientes (tu quoque?) y te fastidia el resto de la comida. Aquí, tampoco vamos a extendernos demasiado que estas letras querrán acostarse, puede usted añadir cuantas traiciones le parezcan.
Todos buscamos un centro de gravedad, si no permanente, al menos que dure más que un estribillo. Quizá por eso ayer los gaditanos nos echamos a la playa para recibir el nuevo año. Porque aunque suba la marea, lleguen temporales o se vayan escaleras de caracol, la playa es de los pocos amigos que nunca nos falla. Que nos acompaña y conforta en penas de arena, de orilla o de agua ‘tapá’. Así que para el 2022 sólo me queda desearles eso. Feliz playa.