Los phoskitos del César

Los lamentos de Kichi quedaron sobreactuados, como el pasodoble de una comparsa chunga

Andrés G. Latorre

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Les reconozco que me ha ganado. Cuando leí la invectiva de Kichi respecto a la gordofobia y cómo se sentía de dolido por los comentarios del populacho sobre que era cada vez más grande alcalde (nunca olvidemos que es el alcalde el que quiere ... el vecino, por mucha guasa que se gaste) me dije: «no, por Júpiter –de las gafas para adentro soy así de dramático–, no le voy a dar el artículo del domingo, que parece ser lo que busca». Pero como les decía, me he dado por vencido y, como un Vercingetorix de Santa María, me postro ante sus zapatillas –compradas en comercio local– y pongo las letras, las diéresis y el sangrado al servicio de su filípica. Perdón por la pedantería, quería decir rabieta. Porque aunque la pataleta se vista de seda, en mosqueo se queda.

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