Las orejas tristes del domingo
La pandemia está siendo una hostia a fuego lento, un mosquito que zumba constante y militante en una noche que parece no tener fin
En esta semana que hoy termina, un titular de mi periódico me contagió una abisal melancolía: ‘Cinco muertos en un triste martes que arroja 161 positivos más ’. Un triste martes con cara de lunes que me recordó al poema de César Vallejo . ... Ya sabe,en el que, recordando que fue domingo en las orejas de su burro peruano en el Perú, pide perdón por la tristeza. La tristeza parece haber venido para quedarse, como la zona azul o los dolores de espalda pasada la aduana de los 35.
Quizá lo peor es que no es una tristeza épica, con una gran banda sonora y Meryl Streep llorando a mares frente a una ciudad en llamas. Es una película española noventera de relleno, donde las bromas dan pena y las tragedias, risa, con un galán calvo y mucha gente fumando . Nuestro ‘Coloso en llamas’ es una penica de comparsa de pueblo donde hasta la música desafina y en la que el aburrimiento es el condimento extra para la desgracia. Es una tristeza de estar en casa a las doce, una pena de la cancelación de lo accesorio, una frustración de ver cómo se pospone lo justo. Como el niño que en una tarde de verano, con su casco y sus rodilleras, no puede salir con la bicicleta porque se ha puesto a llover. La pandemia está siendo una hostia a fuego lento, un mosquito que zumba constante y militante en una noche que parece no tener fin . No le quito importancia. Como los amores, hay picaduras que matan.
Nuestro ‘Walking Dead’ es huir de los vecinos que tratan de coger el ascensor, con una mascarilla a guisa de armadura que empieza a ser tan parte de nosotros como el pelo o las cosquillas . Usted, como yo quizá de niño, fantaseaba con que en el futuro sacaríamos una pistola del cinto en un mundo mitad ‘Blade Runner’ mitad ‘Mad Max’. En cambio, en esta recreación de ‘La peste’, lo más que blandimos es el gel hidroalcohólico, al que sobamos con la confianza con la que el beato toca su rosario.
Quizá ustedes no lo sepan pero la Iglesia, en los primeros siglos, consideró como un pecado capital la tristeza. Lo más curioso es que con el tiempo, los padres de la Iglesia (que son como los padres de la Constitución pero sin temor a que les quiten el nombre a las calles) asimilaron este pecado a la pereza. «Estar de bajona es de vagos, hermanos, no dejen de echar monedas en el cepillo y suscríbanse a nuestro canal», clamarían, 'mutatis mutandis', desde el púlpito. Quizá tenían razón y esta tristeza es la herencia inexcusable de esta pereza a la que estamos condenados en domingos como éste, llenos de orejas de burro .
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