Odiosas comparaciones
Situaciones como vacunarse contra el coronavirus le hacen a uno recordar la frase de Woody Allen sobre la elección entre la religión y la ciencia
![Andrés G. Latorre: Odiosas comparaciones](https://s2.abcstatics.com/media/opinion/2021/06/27/v/vacuna-covid-kQjF--1248x698@abc.jpg)
Las comparaciones no es que sean odiosas. Lo que resulta insoportable es salir siempre escaldado cuando uno se coloca en la balanza con otro fulano (tampoco hagamos un drama de esto, seguir cumpliendo años es resignarse a perder). En cierta ocasión, alguien con travieso criterio ... o con jacarandosa intención me dijo después de una de mis célebres chapas (más cercanas a la olvidada chatarra que a los más nobles metales) que le recordaba a Woody Allen . Supongo que sería por la triada capitalina de cegatismo, pelambrera rebelde y escasa estatura. En el resto, cada medida era sinónimo de derrota. Sólo empatábamos, haciendo muchas trampas, en cierto pesimismo que, no nos vamos a engañar, era herencia del resto de virtudes antes descritas. Y en compartir aquella máxima de que « entre la religión y la ciencia, prefiero la ciencia; si me das a elegir entre Dios y el aire acondicionado, no tendría dudas ».
Qué quieren que les diga. Mientras que los dioses del cielo, la tierra y el mar siguen con su ceguera habitual, esta semana la ciencia me ha visto muy de cerca. Tanto tanto que, en estos momentos, algún técnico del Hospital de San Carlos me conoce mejor que yo mismo. Nos contaban para dormirnos que los buenos sentimientos vivían en nuestro interior pero algunas resonancias magnéticas demuestran que, realmente, lo que hay dentro de uno suele ser otra cosa. Y aquí, si tengo que elegir entre los salmos del peregrinar por el desierto durante 40 años y las dos horas escuchando el coro de pitidos de la máquina Philips , me quedo con la segunda. De nuevo, comparto esa reflexión del bueno de Woody de que las dos palabras más bonitas que puede escuchar una persona no son «te quiero», sino «es benigno».
También esta semana, la ciencia, en ese camino tan serpenteante y a ratos ficcionado que es la propia biografía, le ha dado un bofetón a la religión. El pasado martes me vacunaron contra el coronavirus, confirmando a la vez que ya tengo esa edad en la que los farmacéuticos te empiezan a llamar de usted y los jóvenes sopesan si cederte el asiento en el autobús, y que, a veces, cuando a uno le pinchan es cuando mejor reacciona . Frente a unos dioses de ayer, hoy y mañana que muestran una imperturbable sordera, el señor Pfizer puso el oído a la petición de que apartara de nosotros este cáliz (oé). Aunque con la fortuna de sentir la vacuna entrando en mi brazo, vacilé. Igual que Allen, sentí que algo sobrenatural actuaba para que tras todo lo vivido, pudiera estar ya vacunado. Claro que él contó lo mismo ante la inmensidad de un espléndido filete. De nuevo, maldito sea, me vuelve a ganar.