No es verano para tiesos

A quienes llegan con parné en la nueva normalidad se les alfombra el suelo; a quienes no, se les pide que no pisen el fregado

Andrés G. Latorre

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Sábado 19 de julio. La familia quiere bajar a la playa como marcan los mandamientos de la Santa Madre Gaditanía. La impedimenta es la acostumbrada: sillas, una mesa (que sea plegable no significa que sea manejable), sombrilla (si no es de publicidad no es la ... auténtica), la neverita (la mejor manera de que las cervezas centupliquen su peso), palas, cartas y demás bagaje que haría las delicias de la más folklórica caravana de beduinos. La panoplia, bañador y camiseta reglamentaria (es decir, de publicidad). En la puerta de la playa (porque en la nueva normalidad la playas, el campo, el aire y el mar tienen puertas, algunas cerradas con siete candados) se aposta Joaquín, que lleva trabajando de seguridad desde que se le atragantó 3º de BUP. Miguel, el padre de familia, se acerca al cancerbero que lleva tatuadas tres cabezas perrunas en el brazo. «Lo siento, no hay sitio todavía, tendrán que esperar para bajar a la playa». Miguel se resigna y recuerda cuando, de joven, le decía lo mismo el mismo portero a la entrada de Barabass y se indigna con los mismos ardores de la juventud cuando ve que el cordoncito de entrada a la playa (en realidad una cinta que se levanta, no seamos peliculeros) deja expedito el paso a una altísima rubia. Sólo que en lugar de ir, como en las discotecas de la antigua normalidad, con ajustado vestido y sonrisa de suficiencia lleva un salvoconducto hotelero y una familia (seguramente la suya) adosada.

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