No son héroes, por eso lo son
Enfermeros, médicos, policías no son seres bajados de los cielos; son mi familia, mis amigos, los míos
Yo, que quizá de todos los que estemos aquí reunidos sea el más corto de entendederas, también me dejé llevar por el éxtasis bélico de la semántica. Ya sabe, hablar de trincheras, de enemigos, de retaguardias y demás florituras lingüísticas de quien no hizo la ... mili por no dar, en ningún aspecto, la talla. Y caí en el error, oh mísero de mí, oh infelice, de llamar héroes a policías, médicos, enfermeros o cajeros de supermercado. Hasta que hace un par de días leí las amargas palabras de un enfermero que, por la red social del pajarito, hacía la siguiente reflexión: «No somos héroes, no queremos honores. Somos trabajadores, tenemos miedo, necesitamos mascarillas, guantes y gorros».
Como San Pablo, me pegué de bruces con la realidad del suelo, solo que en esta ocasión quien en aquel entonces gritaba hoy guarda una mudez que inquieta incluso a los seguidores más acérrimos. Y pensé en mi tía, que es enfermera; en mi primo, farmacéutico hospitalario; en mis amigos ,que son maderos en Madrid y Jerez. Y no vi en ellos los rostros de Frodo ni de Luke Skywalker, ni a un Hernán Cortés con el morrión calado ni a un Héctor gritando en las puertas de Troya que quiere enfrentarse con el más valiente de los griegos, incluido a Aquiles. No eligieron esta situación. La apabullante realidad les dio el bofetón de quien manda sobre todas las cosas y los puso ahí sin preguntar. Y créanme, no quieren morir con honor y que los trovadores canten sus hazañas. Del primero al último quieren que esta situación pase. No son héroes, no quieren serlo. No les dejemos vendidos.
Pocos han sido tan claros a la hora de hablar de la guerra como Gabriel Chevallier cuando se refirió a las batallas de Somme y Verdum. Sus palabras eran claras: «no hay heroísmo en que miles de niños de 20 años mueran en una trinchera». Tampoco lo hay en que policías, médicos, celadores, enfermeros o asistentes sociales (me dejo a muchos, usted puede incluirlos) tengan que jugar a la ruleta rusa de la infección por un quítame allá esas mascarillas, esos trajes protectores y esos protocolos que no respetan a quienes, precisamente, merecen en estos, y en los demás, todos nuestros respetos.
No bajaron de los cielos. Son mi tía, mi primo, mis amigos (y los suyos, seguros que los tiene en mente) a los que estamos mandando a una trinchera que no hace sino, a veces por quince días, a veces para siempre, picar carne. Cuando les volvamos a aplaudir recordemos que no son Clark Kent, Bruce Wayne o Atreyu. Son Seba, José Luis, Fernando o Raquel. Aunque, quizá sea eso, el temor de quien no nació para elegido, el que con miedo no se rinde, lo que realmente los está haciendo héroes.
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