El Magno y sus mendas lerendas

Pensamos que podíamos tener un Alejandro Magno de ejemplo, pero nuestros pastores se parecen más a Don Mendo huyendo por perder a las siete y media

Hay una leyenda que, como todas, es mejor por lo que cuenta que por lo que pueda tener de real. El protagonista es Alejandro Magno , el Skywalker del Mundo Clásico. Cuentan las crónicas que en una batalla en la India el ejército enemigo ... dijo aquello de pies para qué os quiero y huyó. El griego hizo ademán de perseguirlos cruzando un río pero las tropas que iban con él se pararon en la orilla. «Yo no he hecho la digestión», pensó alguno de esos macedonios. Alejandro fue el único que avanzó y, cuando ya estaba de barro hasta el pecho, regresó ceremoniosamente. «Lo que tengo que hacer para que me tengáis respeto». Toda esa acción encerraba un concepto que hoy se ha perdido como pelearse a codo limpio por un sitio en la barra del bar: la ejemplaridad .

Después de esta larga introducción, en la que alguno ha embarrado, uno siente la tentación de hablar de la ejemplaridad, de trufar la columna de ejemplos de cómo quienes deben llevar la antorcha parecen disfrutar soplando las cerillas . Desde alcaldes sorprendidos de francachela en numerosa hueste hasta jefes de estado con huchas en casa ajena, sobran nombres en la nómina del haz lo que diga pero no lo que haga .

Quizá lo peor sea el modesto, bajo, enano listón que ponemos a los pastores (elegidos o designados) en esto de servir de referencia. No le estamos pidiendo, por seguir con el ejemplo cercano, al alcalde que monte caballero y persiga a los enemigos de la ciudad con la lanza en ristre por el camino hacia San Fernando hasta que la gualdrapa de su montura esté chorreando. Ni a su fervorosa hueste que cierre los ojos y se encomiende a los cielos antes de entrar en batalla. Solo que se pongan la mascarilla y no se junten más de seis en una mesa . Y que las explicaciones que den después no suenen a excusa de marido sorprendido con la secretaria en una película de Pajares .

Somos ingenuos. Creímos ser hélade de magnos Alejandros y los don Mendos nos dejaron helados. La crónica de quienes deben dar ejemplo no se parece a un homérico poema de nobles acciones o de arteras añagazas consagradas a los dioses. Nuestro relato es el de don Mendo huyendo de sus tierras después de que el marques de la Moncada le sacara los cuartos jugando a las siete y media . Dentro de los muros de la patria nuestra, no se aparecerá el espectro tremendo del padre de Hamlet, sino el zumbón fantasma de Canterville. Es nuestro sino en estas tierras para el águila el tener la duda de qué palabras usar con esos que deben llevar el estandarte de la ejemplaridad. Todos dudamos, desde el más torpe de los redactores de un periódico local, al alcalde de su ciudad o el jefe del Estado.

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