De la llegada de Alfonso de Palencia
Las excavaciones en el entorno de Baelo Claudia deparaban una sorpresa que iba a cambiar ese día y estas columnas durante dos meses
Durante julio y agosto, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.
La historia comienza un día cualquiera de primavera. Podríamos gastar adjetivos a la hora ... de hablar del entorno, del mar, de la brisa… pero hacía más de 40 grados en ese agujero y César y Víctor , integrados en el equipo de arqueólogos que estaban trabajando en las excavaciones de Bolonia, no hacían sino maldecir el garum, las villae y al primer Escipión que puso la chancla en esta tierra. La música que se oía era una retahíla de quejas sobre los contratos de los investigadores y la poca financiación de los proyectos. «No me mires, yo voté a Casimiro », decía con retranca uno, a lo que el otro replicaba, «pues anda que yo, que lo hice por Susana …». Ellos que se imaginaban descubriendo el Arca de la Alianza o una nueva Dama de Elche ahora se conformaban con hallar el asa de un ánfora o la toalla de una terma.
El día que narra este artículo había sido tranquilo. Apenas habían aguantado el chistecito de cinco grupos de veraneantes y, tras las máscaras, los insultos casi ni se oían. Pero algo iba a cambiar la jornada, sus vidas y mis columnas durante los próximos dos meses. Encontraron lo que parecía una punta de flecha entre la dura tierra que oradaban. Golpearon con mimo en derredor y lo que parecía pequeño, se fue agrandando. Lo que creyeron primero punta de flecha luego parecía daga, gladius después y espada al fin. Al cabo de la hoja, la empuñadura y asiéndola, un guantelete mitad carnicero, mitad Darth Vader . César y Víctor se miraron en silencio. Otearon por si había curiosos en la costa y sin mover los labios siguieron desenterrando despacio, como quien rescata un niño de los escombros o el juguete de una máquina de feria. Tras el guantelete, el brazal y pegado a él, como cabría esperar, un cuerpo entero.
Fue en el momento de retirar del polvo la espuela cuando, inopinadamente, lo que creían escultura tomó vida y dio un brinco frente a ellos. Les miró a los ojos y, después de toser el polvo de ocho siglo exclamó: «Oh bellacos que en celada me acometéis, probaréis el valor de mi espada, por el buen rey Alfonso ». Sin querer rebajar el tono, Víctor no se arrendó: «Te quieiporahí, como te meta una tragantá». «Bueno, bueno, no nos pongamos solemnes, –medió César– ¿se puede saber quién es usted?»
Y aquí les hago a todos las presentaciones aunque, por el título de la columna, ya supondrá de quién se trata. «Soy el caballero Alfonso de Palencia , vasallo del señor de Haro y servidor del buen rey Alfonso. Vine a esta tierra a luchar contra el infiel y por ventura que si del falso profeta sois, daos por muertos».
Continuará
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