Leyes y credos
Desde el Monterismo se han estrujado las palabras para cazar a los críticos, a los machirulos que disienten
Les voy a confesar un innecesario secreto, aunque si han leído algo de lo que he escrito en los últimos meses, lo habrán constatado sin necesidad de que yo les diga nada. Soy un necio. Un pazguato, un representante adelantado del sindicato mundial de la ... idiocia. Ni sé nadar a favor de marea como esos triunfadores que se yerguen orgullosos sobre la alta ola ni me enfrento a la corriente como los intrépidos salmones, esos que uno admira pero que se come bien a la plancha, bien ahumados. Estoy seguro de que, en caso de estallar una guerra, vendrían a buscarme de los dos bandos, de que los dos me considerarían un elemento, aunque insignificante, ligeramente molesto, como un payo que toca las palmas fuera de compás.
El proyecto de Ley de Libertad Sexual nos sitúa en esa encrucijada de tener que opinar con todos los fusiles apuntando, con un doble tribunal dispuesto a condenarnos en la orilla de cada palabra. Da la impresión, conocida la estrategia de comunicación que han utilizado para difundirla, que una de las ideas era cazar críticos. Al igual que los curas, tengan los galones que tengan sobre la sotana, salen de cuando en cuando con alguna cabriola teológica nueva para descubrir al ateazo, desde el Monterismo se han estrujado las palabras y la manera de expresarlas para detectar al machirulo. En los dogmas de fe, ya sabe, quien no dice amén no empieza ni a rezar.
Me temo que determinado sector de la izquierda está haciendo con el concepto feminismo lo mismo que cierto sector de la derecha con el concepto España. Los dos proclaman su extensión para todos pero no dudan en aplicar sus 155 (cada uno con sus armas, como la Yihad y los Abogados Cristianos) a quien se mueva un milímetro de una ortodoxia que, pancartas o pulseritas, siempre deja el ascua bastante cerca de su sardina. Mientras, los vecinos de a pie, vemos cómo ambas palabras se alejan como un globo soltado de una pequeñita mano un domingo de Cabalgata.
Ya les dije al principio que soy como el romano que en los cómics de Astérix recibía las bofetadas del centurión y los mamporros de los galos. Me resigno, tampoco niego que no sea por mi culpa. Eso sí, como ese soldado, es mejor no olvidar quiénes son tus compañeros de cuartel y ante determinados discursos, no hace falta que le recuerde cuáles, hacer la prueba del algodón de quién es quien los pronuncia. Porque si uno se inquieta con determinadas leyes, más se asusta con quienes pretenden combatirlas. Y al revés.