Kichi, Vila y el complicado encargo
Cuando no tienes enemigos delante, cuando ni siquiera sabes quiénes son, ya no te queda más remedio que matar a tus amigos
Cuando me llegó el encargo, sabía que me iba a traer problemas. Pero nunca rechazo un trabajo si está bien pagado, aunque antes de empezar prefiero saber de qué se trata, no me gustan los asuntos turbios y menos cuando se trata de políticos. Al ... final acaba tu careto en el periódico y el de ellos, en el portal de Transparencia de alguna consejería. Por eso cuando aquel hombre apareció en mi despacho, dudé. «Así que el recado es para éste de la foto. No parece un encargo complicado», le respondí justo antes de que me advirtiera: «Que el trabajo no sea excesivo, somos amigos». ¿Amigos? Demonios, no podía entender qué clase de amigos hacen estas cosas. Sospeché que quien me estaba contratando quería jugar al despiste, esta profesión tiene esos gajes.
Eran casi las dos de la tarde. Me puse la gabardina y, cuando estaba a punto de agarrar el sombrero, tocaron a la puerta con insistencia. Nunca rechazo una llamada si está bien golpeada. Abrí y lo que vi me dejó helado. El mismo hombre de la foto anterior estaba frente a mí. Le acerqué la mano izquierda mientras con la derecha fui buscando mi Smith&Wesson en el bolsillo. «Amigas y amigos, ante todo, muchas gracias por asistir a este encuentro que será clave para el bienestar de las gaditanas y los gaditanos», me soltó pese a que en aquel metro cuadrado éramos solo dos hombres frente a frente. Su lenguaje me puso más en guardia. «El motivo de mi presencia es hacerle un encargo» y me acercó una foto con discreción. No me sorprendió comprobar que el rostro de la foto correspondía con el del enjuto cliente que hacía unos momentos salía discreto del edificio. Como tampoco me extrañó oír unas palabras similares a las anteriores. «Este alcalde –vaya, una pista– sí le va a pedir que no se exceda, es un buen tipo mi socio». El estrenado cliente me dio las gracias, giró sobre sus talones y abandonó mi despacho canturreando coplas muy agudas para mí.
Tenía las dos fotos sobre mi mesa y muchas dudas sobre lo que estaba pasando. ¿Qué pretendían esos dos hombres? ¿Eran dos amigos que jugaban a odiarse o dos enemigos que simulaban quererse? Abrí la ventana para que entrara el aire a mi oficina y allí los vi juntos, sonriendo, descubriendo la placa de la Alameda Hermanas Carvia Bernal. Ese día, al renombrar otra calle, dos eran dos, parecían reconciliarse en público por sus peleas sobre los presupuestos. Mientras, una oposición que no sabía ni quiénes eran sus candidatos ni cuáles sus alianzas, protestaba. Y descubrí que cuando no tienes enemigos delante, cuando ni siquiera sabes quiénes son, ya no te queda más remedio que matar a tus amigos.