La Institución y el Tío Gilito
Hay recuerdos que nunca caducan aunque sí lo haga la concesión de suelos e inmuebles
Entre mis múltiples vicios está el de abusar de las citas. No me interprete mal, no es que sea un itinerante amante rijoso, sino que me gusta dar la turra con frases que fueron dejando surco en mi cabeza. Ya ven, soy incapaz de aprenderme ... las fases pero las frases aguantan numantinas en el poblacho de mis recuerdos. Aunque me parezcan auténticas tonterías. Una de ellas se le atribuye a Jean Paul y reza que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Y tanto que podemos serlo. Puede llegar un alzhéimer o caducar, como en ese paraíso de mis recuerdos que fue la Institución, una concesión de suelos y convertir lo que otrora fue edén en un solar que haga juego, en su cruel destino, con el Portillo.
La Institución fue mater et magistra de este torpe redactor. Allí cometí un delito por primera vez tras robarle en preescolar a un compañero un chupachúps aprovechando un descuido. No fui muy hábil porque al hurto siguieron mi primera delación y mi primer juicio. La condena, ay fiscales del paraíso, la sigo pagando. Pero descubrí también lo que vale un amigo, lo que vale el esfuerzo y, sobre todo, lo que vale un maestro. El colegio no tenía nombre, los de sus profesores bastaban. Raquel, Ángela, Pilar, Emilio, don Manuel, Sor Josefa, Sor Amalia (ya de pequeño me maravillaba que, para tener título antes del nombre, o eras hombre o eras monja), don José, Rosa, Mari Ángeles, Rafi, Margarita, María Antonia, Victoria, Mari Luz... En el paraíso de la memoria, cuando soy yo el que pasa lista, aparecen los vivos y los muertos uno por uno nominados.
Comprobé en su patio que tener razón no sirve de nada si discutes ante quien tiene la fuerza. Una lección que me ha servido tanto en la vida como un teclado a un cerdo. También observé, eran otros tiempos, que en la calle de enfrente estaban los niños del colegio privado que, aunque más exclusivo, era el refugio de los compañeros a los que expulsaban del nuestro. Alguno que otro, al que supongo propietario constante de bandera y a conveniencia de cacerola, nos recordaba a los pequeños, con dudosos modales, que éramos menos por tener un cole sin nombre rimbombante. Hasta en el paraíso de los recuerdos, de cuando en cuando, ataca la bicha.
No les miento si les digo que he recorrido en sueños miles de veces cada rincón de la Institución. Igual sueño con que estoy en una rueda de prensa en el Ayuntamiento y éste tiene en medio la fuente en la que una niña se acerca a preguntarte que si le gusta a tu amigo. A la Institución la echan (nos echan) una Fundación que tendrá sus razones, pero que en mi corazón se dibuja como un Tío Gilito que nada en monedas mientras sus sobrinos se quedan sin jugar en el patio porque llueve. Y las goteras se van colando, dejando charco, en ese antiguo paraíso de la memoria.