Guías angelicales y ángeles de pesadilla
Los fantasmas del sueño nos ayudan a comprender qué ángeles guían una ciudad y cuáles custodian sus murallas
Había sido una noche de farra dentro de los excesos que puede cometer uno a las puertas de los cuarenta, el sobrepeso, la hipertensión y cierta hipocondria social cultivada a golpe de mascarilla, gel, Simón y distancia. Unos chicharrones que nunca sientan mal, hamburguesa de ... retinto que no falte, ponte unas papas, Ricardo y hombre, si vais a pedir la de chocos, voy a pinchar. Y como de conciliación iba la velada , unimos Cuba con los yankis en forma de ron con cola. El limón que hacía de mediador fue la única fruta.
Y claro, ya se sabe, la autopista del placer siempre cobra peaje. Gané derrotado la cama y los párpados, al cerrarse graves, golpearon el silencio de la noche muerta. Me movía entre brumas, dentro de una suerte de secreta isla en la que se adivinaba un largo y empedrado istmo. Un ángel estaba allí apostado, de espaldas. Noté que mascullaba algo en no sé qué lengua arcana. Al acercarme, le escuché susurrar «lo que no puede ser es que esté este ángel aquí solo». Le di una palmada en la espalda y se giró sobre sus talones. «Ole, ahora sí». Era el paraíso, que el ángel se encargó de mostrarme montado en bicicleta por no sé qué de la movilidad sostenible . «Este verano vamos a contar con una ‘jartá’ de eventos», me explicaba mientras iba libando ambrosía y se relamía con un «la vida me la está dando esto». En su recorrido fantasmal, me desvelaba el uso de las palabras que les habían venido de las tierras de la vigilia de donde yo procedía y tornando la vista a lo andado resumió las bondades de la tierra en un «qué bonito es este sueño». Le pregunté entonces por las posibilidades de empleo en esa tierra, por cómo iba el desarrollo de grandes proyectos y, ya metido hasta la cintura de curiosidad y arena, por qué en aquella playa donde iba la gente a ponerse en forma no había Policía Local. Entonces, invocó el secreto arte de la baja y desapareció durante dos semanas.
El sueño se volvió confuso. Traté de escapar de aquella isla. Notaba que me faltaba el aire. Había otra tan, tan, cerca. Unas brazadas acaso, tres, cuatro, y podría llegar. El agua estaba fría y la ropa pesaba. Un esfuerzo más. No llegaba. Veía a mis amigos cerca, algunos se rendían, otros seguían. La orilla parecía más lejana y ajena. Dolor en las rodillas, tierra al fin. Me sentí solo en una orilla ajena con miles de ojos apuntándome. En mi sueño rompí a llorar hasta que una mujer rubia, resuelta en luna, me abrazó . En las pesadillas, vuelan los verdaderos ángeles. Un estruendo me despertó y volvía la realidad. Entonces, una nueva pesadilla se descubría ante mis ojos: me habían incluido en un nuevo grupo de whatsapp.