Mis gaditanos favoritos

De las distinguidas filiaciones del pasado viernes, tengo la de mi paisano Jesús Maeso en un íntimo altar

El pasado viernes, Cádiz llamó a sus hijos más guapos . Y es que una ciudad, un pueblo, o una confederación de naciones, se parece en muchos casos a una madre. Por lo general, va nominando a sus hijos cuando las cosas salen mal y ... hay que reñirles, cuando unos presupuestos no se aprueban, un entrenador pierde un número excesivo de partidos o un chirigotero canta alguna de esas cosas que no se pueden decir para que los oídos no hagan pucheros. Pero, a veces, esa misma madre se acuerda de que hace mucho que no les da la paga a sus retoños más bonitos y éstos acuden, cariñosos, perfumados y sin legañas, al amoroso reclamo de quien, como un implacable juez, puede blandir zapatilla o repartir besos a corazones llenos .

Les decía, que Cádiz acogió el pasado viernes la entrega de las distinciones de hijos predilectos y adoptivos de la ciudad . No eran unos cualquiera los que se llevaron el premio. Uno, que tiene tantos años que ha visto cómo todas las cosas han cambiado un par de veces de nombre, ha podido coincidir con alguno de ellos en algún momento de esta cosa tan juglaresca que es el periodismo y ha sentido que el viernes se hizo justicia con algunos de mis gaditanos íntimos. Justicia con un guerrillero como Antonio Vergara , lo más parecido a un samurai de la sanidad pública que ha podido dar esta tierra. Con palabra y fonendoscopio ha sido siempre un ejemplo de coherencia, de la que se cobra la salud propia cuando uno lucha por la ajena

Justicia con Eduardo González Mazo , uno de esos jugadores que saben que el delantero no se luce si no lo hace el equipo y que en sus años de gestor optó por mantener un perfil bajo a costa de que la UCA diera el estirón. No se prodigaba en el regalo de buenas palabras pero no racaneaba las buenas acciones.

Pero de los reconocimientos, el que más propio he sentido es el de mi primo Jesús Maeso , con quien comparto una apuesta reciente por la barba, un gusto sutil por la cerveza Alcázar y una partida de nacimiento que, poniendo el acento en Úbeda, hace que nos sintamos de Cádiz hasta la Z. Él, que tanto y tan bien ha escrito (ahí sí que no nos parecemos) sobre lo que son las patrias, sobre las huidas de las casas propias y de los amores en tierras extrañas, justificó el haber convertido la Tacita en su Ítaca en que, cuando la vio, «tuvo un enamoramiento». Y, lo que es la pasión lenta y constante, de ese enamoramiento nació, casi medio siglo después, un hijo adoptivo tan gaditano como la alegría.

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