Los filetes, Cádiz y la punta del alfiler
El Pleno del Ayuntamiento sigue perdiendo energías en temas que están a años luz de los problemas reales de los gaditanos
Es una anécdota conocida, pero no está de más repetirla por aquello de que los televidentes de Sálvame (en sus distintas versiones y colores) se enteren. Cuentan las crónicas que cuando el Imperio Romano de Oriente (lo que los alemanes vinieron a llamar Bizancio) tenía ... a los turcos a las puertas de Constantinopla, los sabios de la ciudad no discutían sobre cómo reforzar las desvencijadas murallas o cómo hacer una llamada a la cristiandad para que corriera a auxiliares. No. Lo que sus conspicuos y barbudos sabios discutían eran cuestiones tan trascendentales como si los ángeles tenían sexo (y, supongo, cuanto tendrían que pagar por ello en indemnizaciones silenciatorias posteriores) y qué número de ellos podría caber en la punta de un alfiler. Años antes, viéndoselas venir, las cabezas más avisadas salieron huyendo (llevando consigo el resto del cuerpo) y quienes se quedaron pues, en fin, vieron cómo llegaban los simpáticos turcos a hacerles algo no muy distinto a lo que les hicieron los cruzados un par de siglos antes.
Y usted, querido lector, se preguntará, ¿no llega un poco tarde este tío a contarnos lo de los constantinopolitanos? Aguarde. Como en los plenos de nuestra ciudad, siempre hay una relación posible entre lo que parece un asunto que dista miles de galaxias de Plocia y lo que nos encontramos negro sobre blanco. Sólo así se explica la cantidad de tiempo y energía que se perdió anteayer en el Ayuntamiento para dirimir si las macrogranjas no son buenas, si hacen daño, si dan pena o si el ministro Garzón come solomillos o, como buen bolchevique, prefiere corazones infantiles al punto de sal. Porque el asunto de las macrogranjas en un Ayuntamiento como el de Cádiz, en cuyo territorio no podría habilitarse ni un modesto corral, no deja de ser una bella metáfora de cómo es más cómodo arar con discursos prestados que tratar de ordeñar las propias ideas. Y que en cualquiera de los dos casos, la producción local no es tan importante.
No nos pilla de sorpresa. Acuérdense de cuando en el Pleno se pedía la condena para Venezuela o se fantaseaban soluciones para el pueblo saharaui o se filosofaba con la financiación irregular de un partido de cuyo nombre no quiero acordarme. La despoblación, la turistificación y la decadencia siguen golpeando a las puertas de la ciudad pero nosotros seguiremos discutiendo cuántos ángeles –o cuantos filetes de macrogranjas– caben en la cabeza de un alfiler.
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