Opinión
De esos santos, estos cascanas
Si algo hay que agradecerle a la Iglesia es, precisamente, el hacer posible chirigotas como la de Cascana
Uno, que ya va acumulando excesivas prudencias e irredentas perezas, sabe que hay temas en los que es mejor no meterse. Que opinar a gritos contra algunos es como, perdonen el símil, orinar contra el viento. Al principio puede hacer gracia pero nunca acaba bien. ... Pero por un acto de limpieza de consciencia, por un estímulo de la poca libertad que nos pueda quedar, quería contarles hoy que la Iglesia es culpable de lo que pasó esta semana en el Teatro Falla.
Les supongo conocedores del sainete que, realmente, no tiene más importancia que la que quieran darle los implicados. La agrupación del Cascana colocó en dos estructuras, a guisa de pasos, a dos de sus componentes simulando ser una Virgen y un Cristo –lo cortés no quita lo valiente–, bastante bien logrado. Remedaban una procesión en un repertorio, no seamos unos Flanders, simpaticotes, críticos y ortodoxamente carnavaleros. Ni se atentaba contra dogmas –algo lícito hasta que la corte de letrados, al pairo de la libertad, nos convenza de lo contrario– ni se cuestionaba lo que, en el fondo y en la forma, eran juegos de un concurso. El hermano mayor de Las Aguas, Joaquín Correas, lo resumió con más tino: «Es Carnaval y punto, es una fiesta pagana». Si estamos en los coches choque, no pidamos que quien va delante ponga el intermitente.
De lo que pasó, la Iglesia tiene la culpa porque el humanismo y el pensamiento libérrimo del que gozamos en occidente, las barajadas cartas de derechos fundamentales y todas las constituciones, son herederas de la tradición cristiana. La doctrina de la iglesia fue de los primeros credos en decir aquello de un hombre, un plátano. Que sí, que Torquemada, las Cruzadas, la pornocracia (no es broma, busquen esto y no me hagan trampa al escribir la palabra en el buscador) y que Rouco Valera se compra un piso gracias a que la X marca el lugar. Pero al César lo que es del César. Si existe la disensión, la crítica e incluso, por qué no, la sátira a los dioses con y sin mayúsculas es porque nacieron Agustines, Isidoros, Albertos y Teresas. Otros, a los que se parece envidiar cuando se ponen en solfa religiones, no han tenido tanta suerte. Triste credo tiene una fe que silencio avise o amenace miedo.
Y la tabarra que les estoy dando no estaría completa sin una última cosita. Cuando se habla del humor se le pone el límite en que no puede ir hacia abajo, hacia los desfavorecidos. Me parece de una condescendencia inadmisible. Si nos reímos de Agamenón, hagámoslo también de su porquero, aunque a quien trabaje con cerdos las bromas de chorizo le suelan hacer menos gracia.