Elecciones y quinquis
Ha salido la opción moderada. Por cuatro numeritos. Si no, estaba la otra guardada en la recámara aunque después del susto, ninguno nos acordemos
Hace muchos, muchos años, cuando Cádiz era tan joven que estaba llena de pasarelas que la cruzaban de parte a parte, teníamos esa versión barata de TikTok que era la heroína. Para Juan Ramón, la amapola podía ser la novia del campo, pero para quienes ... en aquellos años empezamos a florecer, sus frutos eran más como una exmujer que te reclama pensiones por cariños nunca dados. El caso es que uno de esos simpáticos hijos de la jeringa tenía por morigerada costumbre venir a atracarnos a mis amigos y a mí con puntualidad inglesa cada sábado, sobre las 23 horas, en la plaza de España. Un atraco, qué les voy a contar, es de los peores escenarios para las improvisaciones. Se acercaba a nosotros y, para no dar la campanada, adelantábamos los cuartos. Eso sí, el proceso tenía su vigilia. Antes de aflojar la mosca, nos declarábamos impecunes ante lo que él, con el fastidio del que ya es un funcionario del latrocinio, recitaba: «Quillo, que os lo estoy pidiendo de buenas; para mí sería más fácil sacar un pincho y llevármelo todo». Ante tales razones, qué les voy a contar de nuevo, preferíamos llegar a un acuerdo desde el principio. Antes de despedirse –para no tener formalidades, los atracos en los 90 se parecían bastante a la ceremonia del té– nos repetía mirándonos a los ojos, mitad hipnotizador de tres al cuarto, mitad Corleone de pensión completa: «Que conste que me lo habéis dado porque vosotros habéis querido, yo no os he quitado nada». Nos daba las gracias, la mano (se lo juro, querido lector, el atracador juvenil nos daba la mano o la chocaba con la fuerza que sus anticuerpos le permitían cada semana) y se iba con la satisfacción del deber cumplido. Y nosotros, del susto, pensábamos que todo había sido bueno y moderado.¿Por qué me acuerdo de esta historia pasadas las elecciones (Dios mío, ¿una semana ya? Cómo pasa la vida, que de pronto son años)? Será quizá porque uno, a falta de esperar nada de lo nuevo, se refugia en lo ya vivido. En esta semana he leído la misma columna de opinión firmada por decenas de voces iguales. Eran ecos. «Ha ganado la moderación». «La población no quería extremismos». «La tranquilidad es lo que más se valora». Hemos votado lo que hemos querido (quien haya encontrado su papeleta, claro, que con algunas fórmulas, no se podía) y parece que ha salido la opción moderada. Por cuatro numeritos. Si no, estaba la otra guardada en la recámara aunque, después del susto, ninguno nos acordemos y pensemos, está de moda lo retro, que todo ha sido bueno y moderado.
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