Disparos a los pianistas del burdel
En las manifestaciones y en las redes sociales, el periodista es como el pianista de la casa de alterne... y ya sabemos quién es el primero en recibir el disparo
Pocas cosas hay más irritantes para el lector que tener que tragarse un artículo de periodistas hablando de periodismo. Puede tener la tentación de imaginarse al plumilla con su sombrero reposando ligeramente hacia atrás en la vacía cabeza, con su camisa remangada, la corbata aflojada ... y la gabardina en el perchero tecleando con indignación en su máquina de escribir, parapetado en la redacción mientras el humo de los cigarros invade el ambiente. Pero la imagen, con ser penosa, es en exceso generosa con lo que es la realidad del periodista. Sin sombrero, aunque con la misma vacuidad de mollera, ya no lleva camisa sino camiseta con muñecos, en lugar de gabardina puede tener una sudadera con capucha y la corbata sólo la pide prestada si tiene boda. Lo único en lo que ha ganado, Dios bendiga mil veces a Zapatero, es que en las redacciones no se puede fumar. Y que los teléfonos ya no suenan porque el guasap es la cepa dominante en la pandemia de la comunicación.
Pero algo se ha mantenido sin cambio en la profesión. Y es que si las noticias vienen de espaldas, si la moneda no sale de cara, es al periodista al que se le carga la cruz. Cuando empiezan los tiros en el puticlub (fíjense si soy valiente que he cambiado esta palabra en el titular, pero guárdeme ese pequeño secreto), el gafotas enclenque que anima a los parroquianos sólo espera que no disparen al pianista. Y el primer tiro, a no ser que toque al ritmo de quien lleve la pistola, ya sabemos quién se lo llevará.
En la huelga del metal que sufrimos hace un par de semanas, ya hemos visto que cuando el fuego se cruza, los peatones de la cámara, el micrófono y la libreta corren peligro. De nuevo, uno espera que no disparen al pianista pero en la sinfonía de barricadas y protestas, los compañeros han sufrido manotazos, empujones, lanzamiento de piedras y al bueno de uno, también con gafas, casi le endiñan con la porra (fíjense si soy valiente que iba a poner ‘defensa’, pero no pude contener la risa) por enseñar lo que pasaba. Con el despropósito del callejero ha pasado otro tanto. El alcalde, haciendo más de Santos que de González, ha dejado claro que en el callejero manda él. Y a quien ha escrito lo contrario, cachiporrazo en redes sociales, por facha y masón, que las noticias que no gustan se curan cortándole la cabeza a quien las porta. Quizá por eso ya ningún periodista lleva sombrero.