La defensa de llegar tarde en la era del Covid-19
Quien te hable de dinero cuando se debata de salud, siempre estará pensando en sus monedas y en tus flemas
Soy un tardón. Lo confieso, he escrito más veces «estoy en cinco minutos» que mi propio nombre. Llego tarde a todo de manera puntual, constante y disciplinada. Y no porque yo quiera. Es una especie de maldición de los dioses. Ya saben (ojo, se avecina ... pedantería), al igual que a Casandra la maldijeron con que conocería el futuro pero nadie le creería, un poco como a la OMS pero en versión de liarse con el hijo del Jefe Supremo, a mí me lo hicieron con que vería que he quedado en la plaza de España a las ocho (un ‘poné’) y son menos cinco y sigo yendo por Comisaría.
Pero llegar tarde, además de condenarte a pagar la primera ronda, te permite descubrir tesoros que quizá a otros pilla por sorpresa o que no llegan ni a adivinar. Ver cuando se le pasó la fama una serie de televisión (otro ‘poné’), te ayuda a ver matices que los madrugadores ni olieron. En la serie de ‘La peste’ (bendita maldición que nos otorga tanto tiempo) sorprende comprobar cómo la trama muestra a quienes, a finales del siglo XVI, pretendían que no se le diera importancia a un brote epidémico (¿les suena?) porque era malo para la economía (curiosamente, la suya). Son las coplas que mueven las palmas del mundo: que se mueran los feos pero que la bolsa siga sonando. Con asombro, los rezagados podemos intuir, comparando esa producción española con esta serie de factura internacional que es el coronavirus, quiénes son los buenos, quiénes los malos y qué intereses esconden. Porque amigo, quien te hable de dinero cuando se debata de salud siempre estará pensando en sus monedas y en tus flemas.
No quiero yo hacer aquí una defensa del tardonismo, que con los móviles ya no es lo que era, pero les diré que ayuda a ir remojando las barbas cuando ves que a tu vecino le están pasando la epileidi por el careto. Ver cómo están gestionando, con aciertos y errores, nuestros vecinos todo lo relacionado con el Covid-19 y cómo van recuperando sus economías nos da pistas sobre qué tendremos que hacer en casa. Ya saben, los sabios son los que escarmientan en cabeza ajena y no los que torean cuando el bicho ya está despiezado en la carnicería de la esquina.
Y llegar tarde esconde la belleza de animar, sin sospecharse, a los que, por estar pronto, se comieron el chaparrón. Los que ahora nazcan (llámense Víctor, o Noa o Lola) no sabrán que fueron la espiga que brota cuando el campo parece yermo. No se impaciente, ya queda menos para que salgamos de nuevo a la calle. No olvide que los buenos amores, los malos periodistas y las milagrosas curaciones llegan siempre tarde.
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