La corbata en la casa del ahorcado

En cualquier acto, sea una manifestación, en una inauguración o en un hospital, lo que queremos es hablar de nosotros mismos

Andrés G. Latorre

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A todos nos ha pasado algo parecido. O hemos sido testigos mientras estaba pasando. Va uno a un hospital (un poné) a ver a un amigo que está enfermo. Supongamos que está grave para que este artículo dé un poco más de penita. «La cosa – ... a lo malo, sea un supervillano de película o del Congreso de los Diputados, no se le nombra– se ha puesto peor. Me tienen que operar y no saben si volveré a andar». Y uno, que incluso en esa tesitura no puede dejar de hablar de sí mismo, puede responder «Joé, qué mal. Si es que todo es un desastre. Fíjate que yo, para venir aquí, no tenía dónde dejar el coche y he estado dos horas dando vueltas. Que no te lo vas a creer, Alfredo, que lo he tenido que meter en el párking». La tumoración en la vértebra es una faena casi a la altura de tener que pagar 2,30 euros por no querer andar hasta el hospital. Llegas a la casa del ahorcado y te quejas del precio de las cuerdas.

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