La corbata en la casa del ahorcado
En cualquier acto, sea una manifestación, en una inauguración o en un hospital, lo que queremos es hablar de nosotros mismos
A todos nos ha pasado algo parecido. O hemos sido testigos mientras estaba pasando. Va uno a un hospital (un poné) a ver a un amigo que está enfermo. Supongamos que está grave para que este artículo dé un poco más de penita. «La cosa – ... a lo malo, sea un supervillano de película o del Congreso de los Diputados, no se le nombra– se ha puesto peor. Me tienen que operar y no saben si volveré a andar». Y uno, que incluso en esa tesitura no puede dejar de hablar de sí mismo, puede responder «Joé, qué mal. Si es que todo es un desastre. Fíjate que yo, para venir aquí, no tenía dónde dejar el coche y he estado dos horas dando vueltas. Que no te lo vas a creer, Alfredo, que lo he tenido que meter en el párking». La tumoración en la vértebra es una faena casi a la altura de tener que pagar 2,30 euros por no querer andar hasta el hospital. Llegas a la casa del ahorcado y te quejas del precio de las cuerdas.
El pasado martes le pasó algo parecido a nuestro alcalde. Se estaba rebautizando la avenida Fernández Ladreda como Manuel de la Pinta, quien fuera alcalde de Cádiz en los años 30 y al que, al poco de empezar la Guerra Civil, los fascistas le dieron muerte. Cuando aquí utilizo el término fascista no me refiero a quienes pregonan que hay que bajar los impuestos, darle ayudas a la educación privada, fomentar la caza o se oponen al lenguaje inclusivo. Hablo de esa caterva de hijos de mil demonios que saca a un señor de un tren y le acaba pegando un tiro. Un joven y prometedor médico al que, con toda justicia, se le honraba el martes. Pero, ay, en el fondo lo que nos gusta es hablar de nosotros mismos. Por eso, con la placa del pasado alcalde aún fresca, nuestro actual regidor dijo que a él, para irse de Cádiz, lo tenían que matar. De nuevo, está feo nombrar la soga en la casa del ahorcado, pero más aún ir allí a quejarte de que no puedes aguantar el nudo de la corbata. Su posterior invitación a pirarse de la ciudad a quienes no estuvieran de acuerdo con los últimos cambios no hizo sino añadirle sarcasmo a toda la situación. Cuando uno va a hablar de sí mismo, se encuentra con estas cosas.
Una ironía parecida nos la vamos a topar con la manifestación que se ha convocado hoy en Cádiz y en donde vendrán algunos que, cuando escuchan hablar de derechos laborales, sienten urticaria. Esos que quieren llevar la receta ultraliberal, la soga al mejor postor, a la capital más castigada por el paro. Esos que, como los supervillanos en las películas de acción, qué les voy a contar, es mejor no nombrar.