Como una ola
Esta semana se ha presentado el plan de prevención de maremotos pese a los llantos de quienes creen que, por hablar del tema, terminará llegando la gran ahogaílla
'Como una ola’ es una perífrasis que nos puede traer muchas cosas a la cabeza. Al que vende abrigos seguro que le hace añorar bajadas de temperaturas que hagan de su enero el mejor agosto. A quien le guste Rocío Jurado (frase por otra ... parte estúpida porque es imposible encontrar quien, ahora que la distancia y la muerte nos han quitado los complejos, no la tenga en su altarcito) le hará recordar que cualquier tiempo pasado sonó mejor. Y a los que llevan años clamando por un plan de protección contra maremotos quizá les haga revolverse un poco en el sillón pensando en que cuando el río suene, el agua nos llevará. Esta semana, el ministro del Interior se ha paseado por su convenida circunscripción electoral ufano y más delgado para presentar el Plan de Prevención de Maremotos , algo que expertos como Gregorio Gómez Pina o José Antonio Aparicio llevaban años reclamando . Al final, tanto ha ido el cántaro a la fuente que se ha terminado por arreglar.
Es curioso, amigo lector. Cada vez que este periódico –sospecho que en los de la competencia no sucederá de manera muy diferente– publica alguna noticia relacionada con los maremotos, nos viene una oleada de comentarios que, con espuma rezumando entre las sílabas, nos acusan de agoreros y asustaviejas. Algunos de los habituales, y esto les confesaré que me causa maravilla, llegan a afirmar que de tanto llamarla, la ola vendrá . Como si fuera un perro díscolo o un niño a la hora de la cena, sólo si se le nombra un número determinado de veces, se hará el agua entre nosotros. Los mismos que en la frontera de los 15 decían que si mirabas al espejo una noche de luna llena y decías tres veces «Verónica» se te aparecía un espectro, ahora, en otra frontera que por prudencia no mencionaré aquí, te dicen que si hablas de maremotos harás que llegue la mastodóntica ahogaílla.
Lo cierto es que en este punto, a los periodistas nos cabe parte y media desgracia. Habituales portadores de malas noticias, parece que somos nosotros quienes han tirado la piedra cuando decimos que el cristal está a punto de hacerse añicos. Por eso, a los políticos, qué le voy a contar que usted ya no sospeche, cada vez les gusta menos la prensa y prefieren contratar su propio cuadro flamenco en el que muchos toquen las palmas y el toque se lo repartan unos pocos. Quizá por eso se está volviendo norma que en las ruedas de prensa se pueda abuchear a los periodistas cuando preguntan por las resacas de las olas pasadas y las que están por venir mientras el responsable de turno mete la peinada cabecita debajo del agua esperando que el tsunami se marche solo.