Cartas de Patrick: ‘La ciudad que no se da importancia’

Cádiz, la de los 3.000 años, pasea como esos famosos que no se dan importancia

Durante los meses de julio y agosto, a modo de estival divertimento, la columna de opinión contendrá las impresiones de Patrick, inglés llegado hace un año a Cádiz para trabajar de profesor. Pese a sus anglicismos y lenguaje a veces forzado, he intentado respetar ... su prosa. Entre paréntesis irán mis acotaciones.

¿Que qué me gusta de España? Quizá ustedes piensen que voy a decir eso de que me gusta la comida, las mujeres y el sol. Pero no. Amo las nubes de Manchester, prefiero la comida del antiguo imperio y en cuanto a las mujeres, como los hombres, las he conocido bellas como el sol y, esto nos lo aprendió Edurne, feas como un frigorífico por atrás en todas partes. (Se nota que se censura nuestro amigo ante el rigor de la imprenta primero y ante las puyas de Chari después.) Lo que me encanta de este país, y que envidio, es que no se toma nada demasiado en serio . Paseas por Cádiz que debería estar recordándote a cada paso que es la ciudad más antigua que occidente, que fue donde Trafalgar, que fue donde no pudo pasar Napoleón, que fue donde la batalla de Trocadero (tampoco le sirven a Cádiz sus 3.000 años si Patrick lo concentra todo en 50). Pero no se importa y disfruta de sí mismo, como esos famosos que, sabiéndose guapos y observados, van por la calle como si no pasara nada.

Uno en ocasiones se sobrecoge, no está acostumbrado a esas cosas. Fui con unos paisanos a beber cerveza y, bueno, ya nos conocen. Si ya saben cómo nos ponemos para qué nos dejan pasar. Nos sentíamos tan borrachos como pedantes y recordamos cuando nuestros abuelos llegaron a esta ciudad y la arrasaron (qué visitantes tan simpáticos, nos trae nuestro amigo Patrick). Estábamos incendiando nuestro britanismo con el combustible que nos servían en cada bar.

Estábamos por el centro, no crean que estoy orgulloso de lo que pasó, y digamos que lo que fresco entró por arriba quería caliente salir por abajo. Y allí la vi, a lo lejos. La estatua que está olvidada en Canalejas. La del cojo, la que señala el puerto diciendo que es suyo. La del tuerto, que sigue con el gesto desafiante por si alguien osa presentar batalla. It’s time for revenge (es la hora de la revancha), mascullé mientras me dirigía a la estatua del infame Blas de Lezo con la idea de honrar a Vernon deshonrando al almirante español. Nadie miraba salvo la luna y en ese momento, a punto de cometer el error, mirando a los ojos a la estatua pensé en español: «pero si éste es de los míos». Guardé mi ridículo puñal ante su imponente espada y volviendo a mis paisanos les dije: «el general nos ha vuelto a ganar» . Cádiz, sin darse importancia, volvió a ser inexpugnable.

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