El bufón toma la palabra
Cádiz, que siempre ha pasado por la bufona del idioma, saca pecho y pide celebrar el X Congreso de la Lengua

La figura del bufón es, dentro de las que se muestran en ese cristal deformado que es la historia, una de las que más me inquieta por el pacto de ruptura que ofrece. Los bufones eran figuras grotescas, personas con deformidades (la mayor parte, ... enanos) que en un mundo sin piedad, sin dietas de desplazamientos ni pagas por discapacidad, se hacían un hueco entre los poderosos como un espejo donde los privilegios ya no contaban tanto. Lo interesante de estos personajes (a los que llamaban en nuestro Siglo de Oro sabandijas o, que no se rompan los eufemismos, hombres de placer) era el mecanismo psicológico que utilizaban para obrar su magia. Tú te ríes de mí, deforme, enano, torpe, pobre, vestido a veces como si fuera un muñeco... pero después es mi turno. Y le diré al duque que todos nos reímos de que apenas le queden dientes o a la condesa que tenemos sobradas sospechas de que el hijo que lleva en su vientre no es del conde, que lleva en Nápoles medio año o al rey que... Bueno, siempre ha habido fiscalías para cuando el bufón se pasaba de listo.
Todo esto se me ha venido a la cabeza (mi sinapsis y sus elipsis) con la candidatura de Cádiz a acoger el Congreso de la Lengua . El gaditano, el bufón del discurso, el que no pronuncia la ‘d’ en los verbos, el que hace reír con sus hipérboles, el que se inventa las palabras cuando le faltan, o las hurta de otros idiomas que llegan a puerto, el del cuplé del Selu subtitulado en las noticias de Antena 3... ese mismo, ha dicho que, ya que nos hemos reído de sus cascabeles linguistiscos, ahora le toca a él sacar los colores, o los coloretes, al idioma para que disfrutemos todos. Y ha recordado sus credenciales de puerta del idioma hacia América, donde llevó un felicísimo andaluz hablado que ha dado, por escrito, algunos de los mejores textos del castellano.
Los bufones quieren tomar la palabra y tratarla con el mimo que se merece. Quieren compartirla con quien quiera usarla y por eso piden a los que lo saben todo de diccionarios, de gramáticas y de ortografías, que se acuerden de esa esquina del mapa que fue cambiando los vocablos y hasta los alfabetos para entenderse con quien viniera de Tiro, de Roma, de Bizancio, de Marrakech, Génova o Manila. Cádiz se muestra, en este piélago imposible de palabras que van y vienen, de interneses que vuelan y libros que se estrellan, como un faro donde se puede dar un poco de luz al camino futuro del discurso. Nuestros Cadalso, Alberti, Pemán, Caballero Bonald o Quiñones dicen que estos bufones, a veces, pueden coronarse.