Ateos, a la calle
Esta semana hemos sabido que el porcentaje de ateos se ha triplicado en lo que llevamos de siglo. Así que, tras dos años sin hacer ruido, es necesario gritarlo: «Ateos, a la calle»
Les tengo al corriente del grito de Angelito, ‘el Aguador’, ese apóstol de Mairena que hace un par de años, ante la amenaza del siete que el coronavirus podía hacernos, proclamó aquello de «cofrades, a la calle». La vida, esa furcia de confusos ... disfraces, le chafó los planes, pero no la proclama, que quedó como un pequeño gesto de resistencia ante lo que estaba por venir. El « cofrades, a la calle » iba más allá de procesiones, capirotes, cargadores y maniguetas. Era una actitud ante un mundo que, de confuso, se diría todo de algodón, como sin centro. Podían silenciar nuestras ansias de libertad, pero no nuestros audios de whattasapp en los que se mezclaban, en una danza imposible de senegaleses que portaban ataúdes, los audios de Angelito, los avisos tremebundos de cómo el covid era un experimento y unas gracietas sobre excursiones en la casa que aumentaron aún más el sufrimiento.
Hoy es uno de los días grandes de la Semana Santa de Cádiz , con cinco procesiones en la calle para solaz de los católicos, sean o no sean cofrades, y para regocijo de los capillitas, con independencia de que crean o no en Dios. A los que están en medio y ni gustan de las procesiones, con su aparataje de sones y olores, ni creen en la santa, católica y apostólica, les queda la esperanza de unos días libres por los que, lo cortés no quita lo valiente, darán gracias al Señor . A nadie le amarga un dulce aunque venga en forma de pirulí.
Toda esta suerte de proclamas viene porque esta semana hemos visto que el número de ateos se ha triplicado en lo que llevamos de siglo. Se ha pasado de un 13,2% en el año 2000 a un desedificante 37,1% en la actualidad. Parece que la conversión de almas también ha entrado en ERTE porque el porcentaje creció 10 puntos en los dos años de pandemia. Tanto se invocó a Dios durante los meses más duros que se le terminó gastando el nombre y eso, al cabo, es lo último que le quedaba.
Los ateos, en estos tiempos de refugio ideológico donde todos buscan una trinchera un poco más profunda que la del vecino y un Dios al que dar like y retuit, son un colectivo oprimido, sin fiestas propias en el calendario ni invocaciones que le permitan saltarse ciertos trabajillos. A cambio, puden echarse al coleto cuanto quieran sin cargos de conciencia. Vaya lo uno por lo otro. Empieza una semana y una campaña electoral donde todos harán alarde de profesión, convirtiendo el empedrado de las calles en un gigantesco twitter y twitter en una simplísima plaza pública; así que, tras dos años sin hacer ruido, es necesario decirlo: « Ateos, a la calle ».