Amoscuchá el fin del mundo

Mientras al otro lado de la pantalla los fanfarrones tiran sus misilazos, aquí nos hacemos tirabuzones de coplas, cartón y moscatel

Sabina, pregonero de tantas cosas, cantó eso de «que el fin del mundo te pille bailando». A nosotros, esta semana nos podía haber pillado escuchando la ilegal del Chapa o el romancero del Gómez. O la chirigota de su hijo, al que podríamos llamar Gómez ... II si no fuera porque ha conformado un estilo tan propio que en nada se parece al de su padre. Pero les decía que mientras que el fin del mundo pintaba su paleta de ocres sobre nuestras cabezas, a los gaditanos oídos iban llegando las proclamas de la sosias de la madre de Kichi o los tonitos por arribita de la antigua Anganguísima. Mientras los fanfarrones se las gastan a misilazo limpio con destinos tan claramente militares que tienen la foto de la abuela colgada junto con la bufanda del Dinamo de Kiev, aquí hacemos tirabuzones con fechas, coplas y pandemia a golpes de moscatel y palo en cartón.

En este ‘match point’ de la vida, en la que la suerte te hace nacer Borbón o Sánchez o, Dios no lo quiera, García, y en el que la meritocracia es el cuento del cerdito y los tres lobos, uno se siente un poco culpable de poder estar acurrucado en la seguridad de la escalerrilla de Capuchinos mientras, al otro lado de la pantalla del móvil, el mundo está en llamas. Es inevitable sentir que podríamos ser nosotros los que estuviésemos tratando de coger desesperados un tren en Segunda Aguada mientras Bohdan, Oleksandr y Mykola le cantan un cuplé guasón al Pepe Blas de Járkov o al Martín Vila de Odesa. Aunque tampoco le voy a engañar, en tantos momentos la moneda ha salido por el lado equivocado que no voy a mortificarme en exceso por este tiempo extra que nos da la historia para ir remojando nuestras barbas.

Todo tiene un sabor a irrealidad, a borrachera extraña de miércoles de Carnaval ceniciento, que apenas se llega a poder expresarlo por escrito. Hemos vivido tantos carnavales rimando coplas de los virus que nos iban a matar, de las guerras que saltan fronteras con la alegría de pertiguistas soviéticos o de que la extrema derecha estaba a la vuelta de la esquina que cuando los tres han llegado con la fuerza del huracán nos hemos refugiado en el cuplé de la suegra gordinflona, en el del cuñado farlopero y en un preocupante parapeto de bromas satironas que quizá escandalicen a los oídos ursulinos, pero que dejan un regusto a broma de instituto de lo más frustrante. El fin del mundo nos ha pillado con el depósito del coche vacío y quejándonos por la falta de aparcamiento. Y cantando. Amoscuchá.

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