Alfonso y la última disputa
Nuestro caballero se despide de estas columnas enfrentándose al que, sin saberlo, ha sido su mayor enemigo
Durante julio y agosto, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia. Si no le gustaron, no se disguste, hoy es la última entrega.
Habíamos dejado ... a nuestro buen caballero Alfonso de Palencia (del que puedes seguir sus aventuras primera , segunda , tercera , cuarta , quinta , sexta, séptima y octava en estos enlaces) en manos de la autoridad que, tras la ganada batalla contra el portero del Música del Mar, lo llevaba cargado de grilletes y miradas a los calabozos. Sus gritos de «esto es obra de encantamiento» le facilitaron un test de droga y alcohol tan negativo como el futuro que le aguardaba. En comisaría, puede figurárselo el lector, las cosas no fueron fáciles. Nuestro héroe, más que Calamaro o un camarero en verano, había atravesado el tiempo sin documentos y su triste y confusa figura no arrojaba ningún dato cuando trataban de identificarlo. De nuevo la rápida intervención de César y Víctor, que consiguieron que el seguridad no presentara denuncia, fue la llave que le dio la libertad al caballero que, mientras estaba en la antigua nueva comisaría, había tomado algunos de los periódicos que yacían abandonados en una mesa. Se detuvo ante la columna de Yolanda Vallejo, maravillado como estaba de que una mujer «dijera cosas tan principales». Su vista tornó a la columna de la izquierda, escrita por un tal Latorre con pinta de morisco. Y encontró la mayor sarta de embustes y falsedades que hubiera conocido papel alguno. «¡Es una calumnia de opinión!», bramó cuando vio que las letras se referían a su propia vida, a sus andanzas, a sus querellas. Juró venganza. Apenas llegó a casa, agarró la misericordia y fue en busca del autor, al que pretendió encontrar siguiendo la pista de la dirección que venía en el periódico. Llegar hasta el recinto interior de Zona Franca le supuso no pocos pesares, al ser lugar al que hay que llegar bien a lomos de buena montura bien a bordo del 5.
Con su acostumbrado disimulo franqueó la garita de entrada. Le guiaron los carteles verdes que señalaban el nuevo punto de vacunación, que él tomó por enseña andalusí. «Estas letras no podían ser escritas por cristiano viejo», afirmó negacionista.
Nuestro caballero irrumpió en la redacción y preguntó por ese tal Andrés que ha puesto en solfa su honra durante dos meses. Él niega ser el autor,olvidando que la foto aparece con el artículo, y luego trata de esconderse. «Vos, embrollón y bellaco, ¿qué razón teníais para calumniarme? En estos nueve artículos me mostrasteis como sucio, violento, majadero, machista y cien cosas más que por ventura he olvidado, ¿qué repuesta tenéis antes de que os atraviese de parte a parte con mi acero?» Y la respuesta, ante la amenaza fría del metal, fue tomar tembloroso el teclado. Mirarle a los ojos. Despedirse. Y teclear: ‘FIN’.
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