Alfonso y los Cádiz modernos
Nuestro caballero, que llegó a la ciudad cuando el mar ni tenía nombre, tiene que sufrir cómo le llaman extraño
Durante julio y agosto, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.
Dejamos visto en semanas anteriores que nuestro caballero Alfonso de Palencia, llegado del siglo ... XIV por encantamiento, apenas se había movido de la casa de César y Víctor, los arqueólogos que se toparon con el castellano en las excavaciones de Baelo Claudia. Como era invitado, y no preso ni rehén, decidieron con él salir a pasear. Le pareció arte de brujería cómo había cambiado Cádiz desde que él llegara a la ciudad, por primera vez, en 1330, cuando era ya un mocetón de 19 años. «El mar es el mismo, el resto, en nada se le asemeja», dijo mientras paseaba por las calles. Se detuvo en el barrio del Pópulo y se pasmó al ver la catedral vieja. «Tengo recuerdos de este templo, que mandó construir el salvador de Cádiz, el rey Alfonso. Pero ha mudado en forma, en color… casi diría que hasta en aroma. Sólo se le asemeja el mar». Caminando por las calles, apenas entendía el hablar de los vecinos, tan distinto a su vetusto castellano. «Aquí todos están muy orgullosos de ser gaditanos desde pequeños, descendientes de los fenicios», le narró César y, por no parecer necio, Alfonso calló que la ciudad había sido repoblada casi de cero con montañeses. «¿Qué es ese pendón que cuelga de muchas casas?», observó curioso, «¿es acaso una noble familia la que utiliza el amarillo y el azul y ese escudo triangular que más parece francés que castellano?» Inquieto estaba de pensar que podría ser una facción que se levantara en armas contra el rey Felipe (a él no le parecía bien que un rey tuviera ese nombre tan borgoñón y tomó por locura que hasta seis monarcas lo hubieran tenido, pero se guardó ese pensamiento). «Las justas son ahora un juego de pelota. Éstos que ves con las banderas son seguidores de este equipo». «¿Me atacarán si no llevo su señal?», «No, pero no podrás irte de barbacoa si no te sabes el himno» , bromeó Víctor.
Al llegar a La Caleta, bajaron a la playa. Él estaba encantado, baluartes y murallas le fascinaban. Andaba distraído cuando de pronto… «¿Qué hase, picha? A ver si te fijas por dónde vas». «Espero que me perdone». «Cómo se nota la gente de fuera, acaban de llegar y ya creen que esto es suyo». Alfonso no se reprimió. «¿Recién llegado? ¡Pero si llevo en esta tierra desde antes de que llegara aquí la playa!» La mujer rio. «Pues sí que has tardado en aparcar». «Voto a bríos, llegué siguiendo a mi señor para contener a los moros». «Uy, otro de Vox, pues nada, cógete tú también el caballo y vete por ahí». Lo del caballo le asustó, ¿le habría reconocido? ¿Quién sería ese Vox al que unían su nombre? Y sobre todo, ¿por qué desde que llegó todo el mundo le hablaba de aparcamientos?
Continuará