Yolanda Vallejo - Hoja Roja

Andersen en la Plaza España

Desde hace cincuenta años –ya ve qué pereza, todo son efemérides– cada 2 de abril se celebra el Día del Libro Infantil y Juvenil

Yolanda Vallejo

Desde hace cincuenta años –ya ve qué pereza, todo son efemérides– cada 2 de abril se celebra el Día del Libro Infantil y Juvenil. La fecha, como sabe, conmemora el nacimiento de Hans Christian Andersen, autor de más de un centenar de cuentos de esos que perversamente habíamos apellidado «para niños», pero que hoy no pasarían el filtro de ningún observatorio de género, ni de número, ni de tiempo. Piense en ‘La pequeña cerillera’ o en ‘La Sirenita’; en ‘Las zapatillas rojas’ o ‘El soldadito de plomo’. Todos de una incorrección política preocupante, y muy tristes. También es cierto que los niños de antes no son los de ahora, y que los niveles de miedos, frustración y ansiedad son tan bajos que la mayoría de ellos ya los traen agotados de fábrica. En fin. No voy a hablarle de niños melindrosos ni de semiótica cuentística.

El caso es que, en 1862 Andersen estuvo en Cádiz. Varios días, al parecer, alojado en la calle San Francisco. Venía, como todos los viajeros románticos, buscando la exuberancia morisca y el bullicio de la gitanería, y se topó con una ciudad que aunque no «llegó a despertar nuestras simpatías» –curioso lo del danés– le pareció limpia y ordenada, «una ciudad mercantil, donde no hay más romance que el del mar», y donde la gente era muy aficionada al paseo por el perfil «increíblemente llano» de sus plazas y calles. El paseo, tan decimonónico, no era más que una excusa para la sociabilidad, o lo que es lo mismo, una conquista de la calle para el ciudadano. Luego, fuimos cediendo el terreno conquistado a una supuesta modernidad, a una supuesta bonanza de coches y de asfalto, y el paseo –como tantas cosas- también se fue perdiendo –termine usted la frase–, arrinconado entre estrechas aceras.

Aquello de la ciudad hecha a la medida del hombre, nos pareció de pronto, algo muy pueblerino y entregamos nuestro territorio como prenda de un perverso pacto con el progreso. Nadie nos habló de la esclavitud del tráfico, de la dificultad de andar por una ciudad de aparcamientos en una, dos, tres… filas; nadie pensó en la contaminación, en el ruido, en la renuncia más absoluta de nuestra propia identidad. Porque nosotros, los de entonces, dejamos de ser los mismos.

Por eso, iniciativas como la recién creada Asociación Gaditana de Peatones La Zancada, –que tiene nombre como de cofradía, pero ciudadana y laica– son tan necesarias. Para recuperar la ciudad, para que como dice su presidente, Moisés Velasco, «se creen espacios de convivencia, para la conversación, para el juego y el encuentro de los ciudadanos». Sus reivindicaciones no serían nada del otro mundo si no fuera porque en una ciudad como Cádiz, donde los desplazamientos están a una zancada, el 80% del espacio público se destina a la circulación y aparcamiento de coches y donde las medidas municipales destinadas a los peatones resultan ridículas en comparación con el desembolso anual que se dedica a mantener, facilitar y promover el tráfico motorizado.

Por eso, imágenes como la de hoy, con una plaza de España recuperada para el paseo, para la conversación y para los ciudadanos, resultan tan necesarias. No se trata únicamente de un nuevo ordenamiento o de una normativa más. Se trata de un proceso natural, en el que llevamos –como en casi todo– mucho retraso. La novedad, sin embargo, reside en la manera en la que se plantea el cambio; porque esta vez, la voz la tienen los ciudadanos. «Vive la Plaza España» no es solo una pose, ni un proyecto político; es un encuentro entre vecinos, comerciantes, trabajadores y niños de la zona donde se les va a proponer tener parte activa en el diseño de la plaza en la que viven, en la que se encuentran a diario.

Son muchas las asociaciones y colectivos implicados en este proceso. Asociaciones y colectivos que se han volcado en la organización de la jornada, con un amplio programa de actividades infantiles y juveniles, mercadillos, circuitos de bicicletas, juegos tradicionales, música, deporte, o el taller ‘Diseña tu plaza’. Una jornada para los ciudadanos, que sustituirán con sus voces, durante todo el día, el ruido de los coches, el espacio invadido por los aparcamientos para poner de manifiesto que una ciudad que no está parada, es una ciudad que anda. A zancadas, si es necesario.

A veces, la conquista del espacio está mucho más cerca de lo que imaginamos. Es suficiente con restablecer la alianza con nuestro entorno. Volver a inventar una ciudad a nuestra medida, sin servidumbres ni peajes innecesarios. Una ciudad en la que se pueda volver a pasear, en la que nuestros hijos puedan ir andando al colegio, en la que nuestros mayores puedan desplazarse cómodamente, en que la que el camino se demuestre andando.

Así que ya sabe. En medio de los autobuses y de los pregones, en medio de los plenos y de los presupuestos, hay un lugar mágico. Hoy la plaza de España empieza a escribir su propio cuento. Solo le deseo un final más feliz que los que componía Andersen, al que los gaditanos no le resultamos simpáticos.

A mí él, tampoco.

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