La lorza

Miro las estadísticas y leo que en España más de 400.00 personas tienen trastornos alimentarios. Y pocas me parecen

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Hace ya unos cuántos veranos que renuncié. No por falta de persistencia. A mediados de abril, me propongo seguir lo que yo llamo ‘La dieta del tomate’. Con el objetivo de lucir tipín en la playa se me ocurrió, allá por los años en que ... la panza dio un paso al frente de forma escueta, la idea peregrina de comer únicamente tomates durante tres meses. El primer día compré siete kilos de tomates. Por derecho. Y dos litros de aceite. «Es solo agua», pensaba. «Tomates aliñaos», pensaba. «Mi comida favorita», pensaba. Tan rojos, tan brillantes. Al tercer día, abro la nevera y el tomate y yo nos miramos. El tomate, para mí, ya tiene hasta cara. La de la viva imagen de la decepción. La del «otra vez tú». El tomate se convierte en gris. Soso. Es «solo agua», me digo. «Bebería la cicuta antes de comerme este tomate», me digo. Siento que incluso el tomate me hace ascos también. No hay amor ahí. «Contigo no, bicho». Y etcétera.

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