Álvaro Holgado
Irse
Me paro como un peregrino después de todos estos años fuera de casa y me quedo mirando arriba, que para eso se hicieron las catedrales al fin y al cabo
No hay formas de abandonar un lugar y olvidarlo del todo. La memoria tiene eso. Ya sea un país, una ciudad, un piso o el bar de siempre, el ser humano está preparado para otra cosa. Mientras recoge los bártulos o paga la cuenta fantasea, ... crea realidades nuevas, se imagina un nuevo amor, nuevos amigos y nuevos rincones donde sentarse y observar a la gente. Nadie avisa, sin embargo, que el cemento de nuestra imaginación es la experiencia previa.
Cada uno tendrá su historia. Yo me fui de Cádiz con 15 años. Barbilampiño, mojigato, cuando llegué a Granada a la Gran Vía la llamaba ‘Avenida de aquí’, la Catedral era la ‘la Catedral de aquí’ y así sucesivamente. Supongo que a los miles de gaditanos y gaditanas de mi quinta que se han ido más o menos forzados a otro lugar le pasará tres cuartos de lo mismo. Irse es un marrón.
Hay matices. No es lo mismo el hecho de irse que el hecho de que te echen. En nuestra cultura, curiosamente, irse aparece siempre como un eufemismo de morirse. «Fulanito se nos ha ido». Es macabro, sí, pero las palabras, se puede apreciar, son ante todo sospechosas y el verbo ir, el más complejo de aprender para el guiri confuso.
Guste o no, cuando uno se va, es que por tiene sus razones. Hay quienes dicen irse porque llegó el momento, como una epifanía. Otros simplemente porque tienen miedo de quedarse. Otros porque no les importa. La semana pasada se conocía que un exconcejal de Granada, José Miguel Castillo Higueras, fallecía en mitad de la calle después de una brutal agresión durante un atraco. Durante media hora, pasó gente por su lado y se fueron.
En otra calle de París, esa misma semana, el reconocido como el gran fotógrafo de Camarón y Paco de Lucía, René Robert, moría de frío en la calle y, el mismo caso: decenas de personas pasaron también de largo. No hace falta ponerse misántropo, sabemos que ocurrió así porque alguien se paró. Irse o no, es sobre todo, una decisión personal. Cada uno libra supropia lucha y «la mitad de la gente anda perdida» decía Lorca. Quizás es el mejor argumento para exculparnos del arrepentimiento de irnos cuando no toca.
En mi caso, camino cuando puedo desde hace años cerca de ‘la Catedral de aquí’. Me paro como un peregrino después de todos estos años fuera de casa y me quedo mirando arriba, que para eso se hicieron las catedrales al fin y al cabo. Al traer de nuevo la vista abajo, a menudo pienso en todos aquellos momentos en los que irse ha sido una opción y volverse, tras haber salido del nido, una suerte de fracaso. «Con la frente marchita» cantaba Gardel, que así dicho parece bonito, pero pensándolo bien suena horrible.En una de esas caminatas nocturnas hace poco tiempo creí dar con la clave: nunca puedes volver al lugar del que aún te estás yendo.
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